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18 de noviembre de 2018, 4:00 AM
18 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Para muchos de nosotros, la Revolución Nicaragüense fue un hito en nuestra formación política. Recuerdo que en 1979, mientras veíamos con mi papá el Festival de la Canción Iberoamericana por la televisión -en blanco y negro, claro-, cuando los países tenían que optar por un cantante, una voz dijo: “Aquí Nicaragua libre con su voto”. Inmediatamente mi padre reaccionó: “Si no fuera por la dictadura, desde aquí hubiéramos dicho: ‘Aquí Bolivia libre con su voto’”.

Desde ahí, siempre el pequeño país centroamericano estuvo presente. En 1990 cuando el sandinismo perdió las elecciones, en México asistí a una conferencia de Daniel Ortega, quien explicó las razones de la derrota; era un evento de apoyo a la Revolución, y recuerdo que el dirigente enfatizaba que, al ver los resultados desfavorables, se les ocurrió muchas salidas, pero nunca desconocer la voluntad popular.

Mucha agua ha corrido bajo este puente. Hoy me encuentro con un libro sugerente del sociólogo belga Bernard Duterme (director del Centro Tri-Continental) titulado ¿Nicaragua, todavía sandinista? La pregunta es adecuada, pues para todos es conocido que la represión de Ortega en los últimos meses y en general su posición en esta nueva temporada pone en duda su pasado revolucionario.

El libro examina críticamente los mecanismos a través de los cuales Ortega logró su consolidación en el poder, los costos y qué tuvo que abandonar en el camino. Reflexiona sobre el “control total de las instituciones” y la concentración del poder de la pareja presidencial. Asimismo, expone las fuentes y los beneficiarios de la nueva economía, los costos ambientales y la participación de organismos internacionales. En suma, el autor critica la intención del Gobierno de Ortega de mostrarse como el líder revolucionario que fue cuando ya no es más que su fantasma. El sueño de un “poder legítimo, nacionalista y antiimperialista, cristiano, socialista y solidario”, se convirtió en una realidad “neoliberal, autocrática y conservadora”.

En Bolivia tenemos mucho que aprender del proceso nicaragüense. Aunque soy enemigo de los paralelismos fáciles, hay rasgos de la descomposición ideológica que en Nicaragua se ven con claridad y que deberían llamarnos la atención. Una parte de las críticas de Duterme al sandinismo le caben como anillo al dedo al evismo. Cualquier retórica revolucionaria puede vaciarse de contenido y la imagen del Che puede terminar como una marca de zapatos. Lamentablemente, todo indica que hacia allá vamos. Me quedaría con la pregunta prima hermana a la de Duterme: ¿todavía es revolucionario el “proceso de cambio” en Bolivia? Tengo mis reservas.

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