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15 de noviembre de 2018, 7:58 AM
15 de noviembre de 2018, 7:58 AM

En un parto prematuro inducido por el gobierno, anteanoche nacieron las alianzas electorales de oposición que seguramente enfrentarán a Evo Morales en su intento de perpetuarse en el poder ilegalmente.

En esa recta final, algunos medios y el sistema de partidos políiticos se han ocupado, con relativo éxito, de instalar una sensación de derrota, asumiendo que una oposición no unida en un frente único, sería la garantía de que el oficialismo gane nuevamente en las elecciones de octubre del próximo año.

Yo más bien creo que las cosas se han ordenado naturalmente, que las decisiones que sa han tomado han sido las correctas y que existen una serie de razones electorales y políticas que las sustentan.

En términos electorales una megacoalición de oposición hubiera ocasionado sin dudas un resultado desastroso. Una de las razones tiene que ver con el hecho de que, afortunadamente, los votos no son papas que puedes trasladar de una canasta a otra, con la cereteza de que seguirán siendo papas.

A diferencia de las papas, detrás de cada intención de voto existen muchas razones y cuando, en el miedo y la desesperación, intentas juntar esos votos en la misma canasta, los votos dejan de respinder a sus razones y por consiguiente cambian.

En el caso de la candidatura de Carlos Mesa, sostengo que la esencia de su intención de voto, tiene que ver con el hecho de que la gente no lo considera un político profesional, ni cree que es parte del pasado partidario tradicional. Una alianza con esos partidos hubiera resultado con seguridad, en que gran parte de sus votantes hubieran cambiado de opinión.

Las percepciones negativas que el electorado masivo tiene en relación a los partidos y a los liderazgos tradicionales (si eso es cierto o no, es motivo de otra discusión), son en definitva más fuertes que las preocupaciones de unidad a cualquier costo, con tal de ganarle a Evo. Mucha gente de ese enorme porcentaje de votantes decepcionados del MAS, seguramente hubieran preferido seguir votando por Evo, si la alternativa era votar por una alianza conformada por los tradicionales.

En la cabeza de la gran mayoría de los bolivianos, una megacoalicion con los actores del pasado, es además una mala palabra, sinónimo de cuoteo y repartija de cargos y espacios; es un negocio de políticos, entre políticos y para políticos, que no tiene nada que ver con sus necesidades e intereses.

Si bien hay muchas otras razones de orden electoral que le dan sentido a las decisiones tomadas por los candidatos, en términos políticos la cosa también ha tomado a mi juicio una forma muy razonable.

Una lectura política más allá de los números y las percepciones, indica que el poder ciudadano surgido alrededor del 21-F, está buscando la transición entre un pasado partidario que no ha sido capaz de interpretar lo que el ciudadano piensa y quiere, y un presente autoritario agotado representado por el MAS.

Esa transición y la búsqueda de una alternativa real que llene las expectativas del ciudadano, implica de alguna manera la demanda de una doble ruptura, tanto con el gobierno como con los partidos tradicionales.

El momento político demanda claridad en la lectura histórica y demanda también la toma de posiciones coherentes con el sentimiento ciudadano y con la manera de entender la politica.

Esos tres caminos, el del pasado, el del presente y el de una alternativa de transición hacia el futuro, están representados en las distintas alianzas y siglas dispuestas a disputar las preferencias de la gente, en una elección que lejos de dar señales de atomización, se presenta desde ahora muy polarizada entre dos candidatos.

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