Opinión

La violencia en nuestro medio

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16 de abril de 2019, 4:00 AM
16 de abril de 2019, 4:00 AM

Los recurrentes casos de violencia y criminalidad han sacudido la conciencia ciudadana en las últimas semanas y, en consecuencia, las preocupaciones se centran ahora en determinar sus orígenes. Se sostiene que la educación, y particularmente la educación impartida por la familia, son elementos claves para su comprensión, esto es sin duda cierto; empero, tanto la escuela como el hogar son solo una parte del problema y al final vienen a ser la expresión de los contextos más amplios en que los ciudadanos se desenvuelven: cajas de resonancia de urbes de complejas dinámicas y tensiones irresueltas.

Desde esta perspectiva, la comprensión cabal de este fenómeno debe encontrarse en el deterioro de las escalas valorativas de la sociedad cruceña. En estas escalas anida la concepción y los límites entre el bien y el mal, entre lo debido y lo indebido, entre lo aceptado y lo proscrito, entre la valoración de la vida y de la muerte.

Acá, como en todas partes, se trata de fenómenos urbanos asociados al crecimiento desorganizado de las urbes, cuyo incremento demográfico produce fenómenos sincréticos o transculturales a nivel de la sociedad local, fenómenos culturales que la escuela o la familia no están preparadas para afrontar adecuadamente. Es muy difícil para los jóvenes, tanto como para las instituciones sociales modernas, comprender las formas en que funciona el mundo que los rodea. Difícil porque es cada vez más variado, más atiborrado de todo y además mucho más veloz frente a nuestra capacidad de comprender lo que realmente pasa. Nunca les enseñamos a detenerse en el camino. Nunca les enseñamos a tomar distancia de las cosas o simplemente a decir no, y la educación que brinda el Estado –al menos ahora- está anclada en el pasado.

Se añade a esto el rol de los medios de comunicación que han hecho de la morbosidad humana un área de especialización en la que, finalmente, asesinar o robar parece ser la primicia del día y lucrativa parte de la normalidad.

La manera de prevenir y combatir este baño de sangre que atraviesa nuestra ciudad y otras del mundo, pasa por una profunda transformación de la conciencia ciudadana, de una acción concentrada en transformar la educación en todos sus niveles, de combatir la pobreza que es de donde en verdad nace, de mejorar la distribución de la riqueza, que es terriblemente inequitativa en nuestro medio, y de hacerle comprender a todas las instituciones que tienen contacto directo con la ciudadanía, que la muerte producida por un tercero, es la primera señal de que algo anda muy mal.

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