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20 de octubre de 2018, 4:00 AM
20 de octubre de 2018, 4:00 AM

Un hecho histórico para la Iglesia católica es que la española Nazaria Ignacia March Mesa es la primera santa que vivió en Bolivia. Ella es la fundadora de la congregación Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Llegó a Oruro en 1912 y le impactó tanto la extrema pobreza de la gente, que se sintió llamada por Jesús a dedicarse totalmente a los pobres.

El 25 de enero de 1925, apareció ante su vista la gran obra de la Cruzada Pontificia. Madre Nazaria había descubierto que el núcleo central del creyente es el Reino que anunció Jesús. Lo descubrió en la meditación de las dos banderas de los ejercicios espirituales de San Ignacio. Ahí están reflejadas las esencias del Reino: Dios, justicia, paz, fe, espíritu y pobres. Y así es como lo formula con toda claridad: “El anuncio del Reino es el porqué de la congregación, el deseo que le dio vida, el que nos sostiene y empuja”. Su acción por Jesús le lleva a la acción por los pobres.

Madre Nazaria descubre y vive el sueño de Dios, que no es otro que el gran proyecto de ese Reino. En aquel contexto de cristiandad, muchos cristianos y, aún hoy, desconocían el sueño de Dios, el Reino. La Madre Nazaria lo adivina, intuye y lo hace carisma. Se identifica con los rasgos del Evangelio, la compasión como principio de acción: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36).

La Madre Nazaria se identifica con el buen samaritano. Nos indica qué hay que hacer y cómo hay que hacer. Los tres pasos del samaritano que describe maravillosamente Ignacio Ellacuría: “Nos hacemos cargo”, “cargamos” y “nos encargamos”. Si nos fijamos, el servicio samaritano de Madre Nazaria tiene los tres puntos: Inteligente, compasivo y comprometido.

La Madre Nazaria, ubicada en el Reino de Dios, da la primacía a los últimos. Sigue de cerca a Jesús, se la ve rodeada de campesinos, mineros, pobres, enfermos, heridos de guerra, leprosos… se preocupa de aquellos para los que la vida no es vida. Esta mujer fuerte del Reino rezaba con total fruición la oración del Reino que es la herencia que nos dejó Jesús.

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