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11 de julio de 2018, 4:00 AM
11 de julio de 2018, 4:00 AM

Imagine que alguien quiere organizar una fiesta y le apunta con un arma para que usted pague todo, desde la bebida hasta los juegos de azar y la banda. Llegado el día del reventón y siendo usted el principal auspiciador, ni siquiera le dejan entrar en el lugar y, de pronto, el sujeto con el arma en la mano se le acerca y ahora le obliga a endeudarse para que la música y la bebida duren unos días más; usted mira la cifra y sabe que la deuda es tan grande que la terminarán pagando sus hijos y probablemente sus nietos. Acepta. Luego de realizar el pago, usted vuelve molesto a casa sin un peso en el bolsillo y se choca con otra cara de la realidad: una de sus hijas, de nombre Eva, se encuentra desnutrida y está con fiebre, tiene que llevarla al hospital de emergencia, pero hay un problema: no hay plata. 

Un trabajo formidable de EL DEBER descubre que 22 contratos directos del Gobierno de Evo Morales movieron Bs 5.483 millones desde el año 2008, sin contar otros multimillonarios gastos como los Juegos Suramericanos o el equipamiento del cuestionado Palacio Presidencial. 
Las contrataciones directas no son sometidas a un proceso de licitación, por lo que el gasto del Estado tiende a pervertir la administración pública, dejando de lado prioridades totalmente necesarias para un país muy pobre y, de yapa, en déficit fiscal, déficit que se financia con deuda que pagarán generaciones enteras de contribuyentes. 

Mientras dura este multibillonario festín donde festejan unos pocos y que es pagado con nuestros impuestos, municipios y universidades claman por presupuesto, pero hay señales en el país que son aún más graves: hace unos meses una niña murió de hambre en la segunda ciudad más grande de Bolivia, su nombre era Eva. 

Eliminar las contrataciones directas sería solo un paso para mejorar. De todos modos, hay que tener en claro que mientras haya gente muriendo de hambre en Bolivia, no podemos tolerar estos lujos de quienes administran temporalmente el poder. Tenemos que cambiar. 

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