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19 de septiembre de 2018, 4:00 AM
19 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Muchos intentan publicar sus obras escritas: poemas, novelas, cuentos, ensayos, columnas periodísticas y otros géneros. Pero pocos logran ser acogidos por los lectores y, menos aun, por los críticos. Y también hay casos curiosos: Esther Magar, en su página Relatos (24 de noviembre de 2015), da cuenta de escritores famosos que fueron rechazados por casas editoriales; entre ellos, James Joyce, cuya obra ‘Dublineses’ no fue aceptada por 22 editoras; William Faulkner, al que no quisieron publicar ‘Santuario”, y que luego fue su obra que más se vendió; a George Orwell por su ‘Rebelión en la Granja’ que la rechazaron porque la consideraron ‘una pesadilla interminable’ y que ‘no tendrá éxito’.

Pero aún, con esas experiencias, hay quienes persisten en su afán de escribir. ¿Por qué lo hacen? El propio George Orwell decía: “Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos, y en el fondo de sus motivos se encierra un misterio”. Y llegó a dar otras razones por las que, según él, un escritor escribe: “El deseo de parecer inteligente, de que se hable de él, de ser recordado después de la muerte…”; “El entusiasmo estético”… es decir, el “placer en el impacto de un sonido a otro, en la firmeza de la buena prosa o el ritmo de una buena historia”; “El impulso histórico”, o sea “el deseo de ver las cosas como son, de averiguar los hechos verdaderos y almacenarlos para el uso de la posteridad” y, por último, “El propósito político para empujar al mundo en una dirección determinada y alterar la idea de los demás sobre la clase de sociedad a la que deben aspirar”. (G. Orwell. “Los cuatro motivos por los que un escritor escribe”. Traducción de Isaac Belmar).

Se puede añadir a lo anterior que hay quienes tienen otra manera de ver esto de escribir sin importarles recompensas, premios, rechazos o criticas despiadadas. Son los que escriben sin que les valga un comino las opiniones ajenas. No publicadas sus obras, ocultas en cajones, ya sin la búsqueda del éxito, ni miedo al fracaso, estas son el resultado del deseo de expresar ideas, o de crear relatos que nunca, sin embargo, tuvieron la intención de ser publicados. Es, quizá, la satisfacción íntima de plasmar algo propio, nacido de la inquietud, la imaginación, o del simple solaz de llenar un papel con palabras nacidas de la inspiración o la emoción. Es el placer, secreto y solitario, de jugar con sueños y fantasías, casi siempre irrepetibles.

¿Para qué se escribe, entonces? Quizá para el alma; o para emprender, en soledad, la aventura siempre excitante de enlazar palabras.

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