Opinión

Jugándonos el futuro

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16 de octubre de 2018, 4:00 AM
16 de octubre de 2018, 4:00 AM

La oficialización de la candidatura de Carlos Mesa como el principal rival de Evo Morales en una eventual contienda electoral, conlleva algunas características que el ciudadano común percibe como ventajas comparativas. La primera de ellas es que ingresa en la adelantada campaña munido de un halo de legitimidad que Morales no podrá ostentar por el carácter antidemocrático de su posible participación en calidad de candidato. Morales llegaría como la encarnación de una imposición antidemocrática y en franco desconocimiento de la voluntad popular; por cierto, la siempre preclara conciencia ciudadana lo tachará de “trucho”. Mesa, en cambio, lo haría como la personificación del respeto a las normas y la vocación democrática del pueblo.

Por esta particularidad, los inmediatos temores que ha suscitado en el MAS la postulación de Mesa, expresan no solamente la talla de estadistas que los diferencia, sino la naturaleza de los proyectos de sociedad de los que son portadores. Mientras para Morales se trata de construir una sociedad basada en diferencias étnicas y raciales, con la mirada puesta en el pasado originario y sus míticas figuras, para Mesa se trata de avanzar en el desarrollo de la modernidad. Uno funge como expresión del pasado, el otro como expresión del futuro. Morales imagina el país como un “cato de coca”, Mesa lo imagina como una nación moderna, y más allá de los discursos demagógicos propios del masismo, lo cierto es que para Morales la medida de todo lo da la diferencia; para Mesa, en cambio, lo da la unidad del pueblo boliviano. Uno nos enfrenta, el otro nos une.

Se trata de una elección en que se define el futuro de la sociedad. Una eventual e ilegal victoria del caudillo masista podría significar la consolidación de un proyecto estatal en el que gran parte de la ciudadanía no cree, un modelo basado en la transgresión, el abuso, la corrupción y el desconocimiento de los derechos democráticos y sus instituciones. Estamos, pues, frente a una disyuntiva en la que, nos guste o no, la única manera de salvar el futuro de nuestros hijos es votar por el que con eficiencia logre derrotar las aspiraciones prorroguistas del actual mandatario, de ahí que la unidad de la oposición en torno a una figura ganadora es una condición de sobrevivencia, no hacerlo equivale a traicionar las aspiraciones ciudadanas, y, de paso, asistir al funeral de los que no comprendieron que presenciamos una coyuntura en que el renunciamiento en aras del bien común debiera estar por encima de cualquier otro interés coyuntural.

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