Humanizar un mundo deshumanizado
La complejidad de la vida nos asusta. Hoy se cruzan caminos alternativos y contradictorios. Hay que reclamar una ética, que nos permita ser libres, responsables y solidarios.
Entendemos por ética saber conjugar justicia, felicidad, realización personal, vida en plenitud y muy importante, que cada uno tenga lo suficiente para vivir con dignidad.
Nos asusta el antagonismo brutal entre los valores de ayer, heredados, y los que ofrecen la sociedad actual. Para caminar hoy, es necesario hacer un discernimiento multidisciplinar, con los pies en la tierra, con una dosis industrial de sentido común, de tolerancia y de saber escuchar.
Se necesita un sentido fuerte de humanización, de visión integral de la persona humana, que se distingue por estas notas: ser persona, eso es lo que distingue al hombre y a la mujer, ante todo ser persona.
Ser persona en la historia es decir ahora y aquí. Ser persona con los otros y para los otros, es decir, para la misión y la tarea del compromiso…
La humanización no suprime nada ni rebaja la calidad técnica, científica o profesional.
La humanización exige una mirada compasiva, llena de ternura, crítica y profética para entender el momento histórico que vivimos, a veces desconcertante y siempre apasionante. No se puede quedar solo en lo negativo: crisis de valores, crisis económica, secularización, pérdida de la fe. Hay que hacerse otras preguntas: ¿qué llamadas hace hoy Dios a la Iglesia para transformar su manera tradicional de pensar, actuar, vivir, celebrar y comunicar la fe? ¿Es que hoy Dios no quiere encontrarse con sus hijas e hijos en la cultura moderna, posmoderna y poscristiana? ¿Es que Dios no quiere instalar una relación con tantas mujeres y hombres que han abandonado la Iglesia?
Para humanizar no se puede ser cómplice de la mediocridad, pasividad u omisión. La humanización sana y cura las llagas de la Iglesia y de la sociedad.