Opinión

Hacen nuestro amigo a Obiang

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30 de noviembre de 2017, 4:00 AM
30 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Vino invitado por el Gobierno boliviano. Es el dictador de Guinea Ecuatorial, un país perdido en medio del África. Nunca supimos de la existencia del misterioso país. Desconocido, pero rico. Es el país africano de mayores ingresos por persona, y a la vez uno de los más pobres. La inmensidad de hidrocarburos que produce, repartida entre la población, daría valores impresionantes de riqueza, pero la vida de la gente no sabe de riqueza porque el dinero de las exportaciones de petróleo y de gas no entra al país. Los dólares y los euros se quedan en Europa en los palacios y en las cuentas bancarias de la familia Obiang. En una sola noche, en una subasta de obras de arte, el Obiang hijo gastó en París más de 20 millones de euros para adornar el palacio de media hectárea que prepara en el centro de la capital francesa.

Cuando se independizó de la colonia española, se adueñó del gobierno un tal Macías. Fue dictador sanguinario hasta que le dio golpe de estado su jefe del Ejército, su sobrino Obiang, que lo mató. Desde entonces él es el dueño del país, de sus recursos y de su gente. Dicen las malas lenguas que hace casi 40 años que gana las elecciones con más del 90% de los votos. Pues sí. Este inocente señor ha eliminado todos los partidos políticos y él es el único candidato. Como lo odian no le basta ser el único. Hay decenas de mesas electorales que no existen realmente, pero la corte electoral apunta en ellas los votos que hagan falta para alcanzar la mayoría que se le antoje al presidente Obiang.

Hace quince años, perdió en muchos municipios las elecciones para alcaldes. Tuvo que inventarse un misterioso golpe de Estado para acabar con todos los líderes políticos. Los tiene encerrados. No los pudo ejecutar porque un revuelo internacional le obligó a perdonarles la vida.

Podríamos contar mil detalles del señor Obiang. Pero para hacerla breve le cuento que el Gobierno boliviano acaba de darle al señor Obiang el Cóndor de los Andes en su grado mayor. Cuando el país condecora a alguien es porque le agradece y premia lo que es y lo que hace. Se condecora a un personaje para que el mundo sepa que estamos orgullosos de él y de su amistad. Pues hemos escogido al dictador más corrupto y sanguinario de África para darle públicamente el más sonoro y escandaloso beso diplomático. Peor todavía. Nuestro presidente ha confesado solemnemente que quiere emular sus tácticas democráticas y electorales.


Que no nos cuenten el cuento de que no conocen al señor Obiang.  A un desconocido no se lo condecora, ni se lo alaba, ni se lo imita. Las cámaras han hecho la ley para condecorar al funesto visitante, dicen sin ruborizarse que no lo conocen, que no saben quién es. Si fuera verdad, no habrían preparado ni aprobado la ley. El problema es que el presidente y sus parlamentarios están obnubilados con el personaje. Vislumbran una nueva vía para la reelección y tienen la esperanza de que esta sí sea inteligente y defendible.

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