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22 de abril de 2018, 4:00 AM
22 de abril de 2018, 4:00 AM

El año 2009, dos tercios de bolivianos fueron a las ánforas y manifestaron su deseo de que su Estado deje de ser republicano y se asuma como plurinacional. Se aprobó la nueva Constitución y se empezó a poner en práctica uno más de los ideales democráticos: el respeto a lo múltiple, a lo diverso, a lo ‘pluri’, en suma... Naturalmente había motivos para celebrar... Pero pronto saltaron las alarmas... La idea ‘pluri’ estaba pensada preferentemente en términos políticos y sociales... en otros ámbitos, como el cultural y el moral, empezó a perfilarse una suerte de homogenización extranjerizante... Este clima enrarecido se empezó a sentir cuando un diputado se embarcó en una persecución ‘heródica’/rencorosa contra los perros: “en España y en otros países civilizados están prohibidas muchas razas de perros, aquí hay que hacer lo mismo”, lo escuché decir... 

Luego aparecieron otros ‘totalitarismos morales’, auspiciados por oenegés de EEUU y de Europa, y se intentó prohibir el jocheo de toros, la riña de gallos, las carreras de caballos... Es decir, plurinacionalidad en lo político, pero en lo cultural ‘exterminio’ de las prácticas que los centros de poder y las ideologías no comprenden... ¿De dónde viene este brío inquisitorial? En parte del desapego a la vida natural misma... En las ciudades se está creando una nueva ‘ontología animal’: un perro, una vaca, un gallo, ya no son animales in estrictu sensu, sino ‘mascotas humanizadas’, despojadas de todo su misterio... No es lo mismo en sociedades donde la vida rural y campesina es intensa... En los siglos XVII y XVIII, Jean de La Fontaine y Samaniego encontraron en el comportamiento animal, magníficos argumentos para ejemplarizar sobre los valores y la templanza humanas... En el mundo donde los galleros por suerte aún vivimos, la idea de humanidad y la grandeza de los actos humanos no tiene que ver con elaboraciones publicitarias/mediáticas, sino con la relación indisoluble todavía hombre/animal... Entre nosotros ni el Capitán América ni Darth Vader tienen el menor sentido... Digamos, en San Julián, donde ahora tenemos una gallera, los niños sacan sus historias morales y sus ejemplos de pundonor de su propio contexto cultural... Salen de la escuela y se paran delante del enrejado y preguntan:
“¿Este domingo peleará el Cenizo?”

La cultura boliviana está llena de gallos... gallos alegóricos / políticos  (Gíldaro Antezana), gallos pendencieros, imaginarios (Jorge Suárez), gallos improbables por su valor y eficacia (Marcelo Quiroga)... gallos existenciales y metafísicos (Enrique Arnal)... gallos costumbristas (Ángel Blanco)... gallos multicolores y telúricos (Mamani Mamani)... Ya sea en el cuento, la novela o en el lienzo, todos tienen un sustrato común: la rebeldía como marca y forma de pervivencia... El día en que la cultura boliviana pierda esta distinción y ‘seña de identidad’, entonces habrá triunfado la homogeneización cultural que nos quieren imponer a nombre de corrección política y modernidad. 
Gíldaro Antezana pintó una rotunda alegoría política de las luchas bolivianas... En la serie ‘Los Machu Machus’ un militar golpista en primer plano, pistola al cinto, con espuelas de gamonal, convertido en un ser monstruoso, mitad ave de malagüero y mitad hombre... encabezando una montonera, se aparece una madrugada buscando a alguien... Suponemos que buscan al obrero, al estudiante, a la mujer que resiste...
Considerando el clima de la dictadura banzerista, así se puede interpretar... Y el gallo de pelea deja de cantar, ya no anuncia el amanecer... más bien sale al frente, invicto en su belleza, mirada altiva... desafiante... No lo amedrentan ni el número de enemigos ni la ventaja de las armas que llevan... No considera si su lucha es desigual... La única cosa cierta en este cuadro es que el gallo de Gíldaro Antezana morirá peleando... ¡¡No pasarán!! Este gallo ya no es un gallo solamente, es una metáfora directa, transparente... Es el ciudadano boliviano que sueña con la democracia y que en los años 70 apartó para sí mismo el honor de enfrentarse a la dictadura. 

Hace unos años, Francis Fukuyama escribió un libro trepidante, donde anunciaba el ‘fin de la historia’... En el fondo, aspiraba a que se terminen ‘todas las historias’ de los pueblos y culturas como las nuestras, menos ‘las historias hegemónicas’ y sus relatos de dominación... No pudo realizarse esa profecía... No podrá realizarse jamás; en tanto sigamos aferrados a ‘nuestras señas de identidad’ y mientras los gallos rebeldes de Gíldaro / de Marcelo Quiroga / de Enrique Arnal sigan cantando cada mañana... en una cultura plural viva / sin prohibiciones / en tolerancia efectiva.

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