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26 de abril de 2018, 4:00 AM
26 de abril de 2018, 4:00 AM

Más allá de las discusiones sobre las bondades o perversidades que trae el uso de la tecnología digital a nuestra vida cotidiana, lo cierto es que parece haber llegado para quedarse. El uso y apropiación se ha extendido en distintos ámbitos de la vida privada y pública; pero me interesa de manera particular referirme a su impacto en el ámbito político.

En este momento, es impensable la dinámica política prescindiendo de las redes sociales; en particular Facebook, que ocupa un lugar importante entre las redes y se ha convertido en un escenario privilegiado de disputa discursiva y simbólica que no se limita a la visibilización de la realidad política -con sus verdades, posverdades, mentiras, pasiones, trivialidades y exacerbaciones- sino también como el lugar en que se instalan temas, agendas, se producen confrontaciones y adhesiones y, aunque de manera tímida, también se ha logrado constituir en un lugar de autoconvocatoria, organización y movilización social. De hecho, es un medio alternativo importante de intercambio y movilización social sobre todo en lugares donde el poder ha monopolizado los medios de comunicación convencionales, como ha sucedido recientemente en Nicaragua durante las protestas contra el Gobierno, o en muchos otros lugares del planeta con efectos políticos impactantes.

En estas nuevas formas comunicacionales interactivas, fugaces, espontáneas han caído en desuso los grandes relatos, las utopías y la profusión argumentativa. En las redes hemos sido precipitados al abismo del hashtag, de las frases sueltas y cortas, de la etiqueta, del meme, del humor y la sátira -como armas políticas diría Bajtín-, pero  tambíen del insulto y la agresión, del desencadenamiento de pasiones. No obstante, ninguno de estos sentimientos o emociones tuviera asidero sino nos remitiera inmediatamente a algún aspecto de la realidad. Si bien Facebook es un lugar de expresión abierto, desordenado y caótico de ideas; visto con cuidado permite inferir tendencias interesantes pues es un lugar en que se expresa el malestar ciudadano, la inseguridad, los miedos, esperanzas,  aspiraciones, celebraciones y broncas. Todas ellas son el reflejo de un estado de ánimo social, del sujeto fragmentado que va al encuentro del otro para constituirse en el mundo virtual y eventualmente, real. 

A pesar de las críticas y contradicciones, este dispositivo es cada vez más utilizado por  los actores políticos individuales y colectivos, a tal punto que genera incomodidad al poder, que intenta diseñar estrategias de control y regulación en un espacio que por sus características es inasible, múltiple, casi anónimo y desbordante. El gobierno boliviano hace pocos meses ha declarado  la ‘guerra digital’ mediante la creación de un bunker, armando a miles de jóvenes y ampliando su presupuesto, como respuesta a la ingobernable profusión de mensajes, memes, audios, videos, gifts, etcétera que inundan los lugares comunes de los usuarios, que se sienten casi inconscientemente impulsados a reaccionar, a decir algo, a participar en la construcción de un mensaje o destruirlo mediante su descalificación. 

No pretendemos ignorar los efectos nocivos que genera, como la invasión a la vida privada (que cada quien la expone voluntariamente), la manipulación de datos, el filtro que limita y maquilla la información de la realidad, entre otras cosas, que han sido denunciadas escandalosamente a nivel planetario, o la manera ‘siniestra’ en que se crean verdades ante lo cual, como ciudadanos-usuarios siempre tenemos la opción de desconectarnos si así lo queremos, pero los políticos no pueden prescindir de este nuevo lugar en que hoy habita la política. 

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