Opinión

Evo y el zar de Rusia

El Deber logo
19 de junio de 2018, 4:00 AM
19 de junio de 2018, 4:00 AM

“Por el día cortamos unos grandes abetos (…). Hubo un fuego enorme, el cielo estaba rojizo y en el aire había olor a quemado, quizá de turba quemada en algún lugar. Fuimos a navegar un poco. Paseamos hasta las 8 de la tarde. Comencé un volumen de El Conde de Montecristo”. Esto escribió el zar de Rusia Nicolás II poco antes de ser ejecutado por las fuerzas revolucionarias.

El trágico acontecimiento me viene a la memoria porque es uno de los más célebres casos en que aún al borde de su estrepitosa y sangrienta caída, Nicolás II, el poderoso zar de la portentosa Rusia decimonónica mostraba un grado de enajenación incomprensible, era, sin darse cuenta, la primera víctima de la distancia que años de poder lo habían alejado de la realidad de su pueblo.  

Suele pasar que las prebendas del poder y el espejismo de un goce ininterrumpido y aparentemente eterno, arrastran a los poderosos a un estado de indiferencia frente a la opinión pública que se asemeja mucho a la estupidez. Cuando los que detentan las riendas de una nación creen que su voluntad es incuestionable al punto de que cualquier explicación banal se esgrime con la certeza de que todo un pueblo la creerá más allá de lo simplona y pintoresca que parezca, es claro síntoma de que la distancia entre el poderoso y su pueblo es insalvable. 

Algo así vivimos estos días. Al presidente le es absolutamente indiferente si una nación entera se siente ofendida con su deportivo viaje a Rusia. El pueblo del que tanto se jacta entiende que el caudillo se ha extraviado al punto que ya le es imposible comprender que estos vergonzosos derroches lo único que hacen es poner en evidencia que el humilde Evo del 2006 ha desaparecido, en su lugar tenemos un Nicolás II a la boliviana. El ruso leía Alejandro Dumas mientras Moscú ardía bajo el fuego bolchevique, el nuestro disfruta del Mundial futbolístico mientras los universitarios de la UPEA ponen la ciudad de cabeza.

Presenciamos un momento en que el ciudadano de a pie percibe que el régimen ha perdido la perspectiva del pueblo. Está en otras coordenadas. Sus explicaciones resultan tan graciosas, por decir lo menos, que ya solo pueden producir mayor rechazo, el rechazo, empero, suele ser proporcional a la furia de la protesta. El Gobierno debe repensar los límites del albedrío del que hace gala, no vaya a ser que cuando menos lo espere la ciudadanía decida ponerle fin a esta algarabía de Poder.

Tags