Opinión

Evo versus Gabriela, ¿el blindaje funcionó?

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3 de febrero de 2018, 20:16 PM
3 de febrero de 2018, 20:16 PM

Él sigue en su trono. Ella está presa. Estas son dos breves frases que resumen el primer desenlace de uno de los escándalos más graves que ha tenido como protagonista central al presidente Morales. Subrayo ‘primer desenlace’, porque el caso Evo Morales-Gabriela Zapata está lejos de ser un caso cerrado, como insisten en afirmar el presidente y sus colaboradores más próximos. Expuesto públicamente hace dos años por Carlos Valverde en el programa de televisión que dirigía en Activa TV, el escándalo está contenido, pero dista mucho de poder ser considerado una cuenta saldada.

Nadie sabe cuánto durará esa contención, una medida exitosa hasta hoy gracias al control que ejerce el Gobierno sobre las instituciones llamadas a investigar las denuncias que comenzaron con esa primera revelación de Valverde y que luego se ampliaron con los testimonios y declaraciones informativas dadas por las personas que cayeron junto a Zapata: Pilar Guzmán, Cristina Choque, Jimmy Morales y hasta el abogado Eduardo León, entre otros. Un control visible en las actuaciones de fiscales, jueces y funcionarios de la ASFI y de la Contraloría, además de otros de entidades públicas a las que accedió Zapata.

Ese control gubernamental sobre otros órganos (ya no se reconocen como poderes) del Estado impidió recabar pruebas fundamentales para el inicio de una investigación seria. El flujo de llamadas de los teléfonos que manejaban los directamente involucrados, entre estos varios ministros, viceministros y ejecutivos de primera línea de empresas estatales; el movimiento bancario y cruce de información entre entidades financieras y la ASFI; los registros de ingresos a Palacio Quemado y a las oficinas de Gestión Social, dependiente del Ministerio de la Presidencia, figuran entre esas pruebas ausentes en la investigación.

Los intentos de obtener información fidedigna a través de peticiones de informes hechas en la Asamblea Legislativa Plurinacional también se vieron frustrados. Allí, el control de la cúpula gubernamental sobre su bancada mayoritaria fue total. Tanto, que al exagerar en la presión sobre sus parlamentaros terminaron provocando un efecto bumerán que se evidenció en una seguidilla de declaraciones absurdas y contradictorias que terminaron complicando aún más al propio Morales. Sobre todo cuando el escándalo pasó de ser solo una cuestión de tráfico de influencias, a otro más bien personal e inhumano.

Me refiero a los detalles expuestos por los propios protagonistas principales, Morales y Zapata, sobre su relación sentimental y el embarazo, nacimiento y muerte de un niño que ambos afirmaron públicamente haber procreado. Aquí el escándalo se transformó en una terrible historia que sacó a luz (o reflotó, sería más apropiado decir ahora) el lado más oscuro no solo de la personalidad de Morales y de la propia Zapata, sino también de los principales colaboradores del presidente, entre ellos García, Quintana y Valdivia. Hasta hoy, nada de esta tenebrosa maraña ha sido dilucidada por quienes así debieron hacerlo.

Ni los asambleístas opositores, ni los medios de comunicación en su conjunto, han osado seguir adelante con el caso (o monstruo de dos cabezas) e ir más allá de lo actuado en los primeros meses tras el estallido del escándalo. Salvo Valverde, que está presto a lanzar un libro sobre el caso Zapata y Morales, en el que esperamos encontrar algunas respuestas a las muchas preguntas que siguen pendientes. La propia Gabriela parece resignada a callar sus verdades, mientras estudia la manera de acortar su reclusión en la cárcel de mujeres de La Paz, donde está presa desde inicios de 2016, aunque su sentencia a diez años de prisión solo fue dictada en mayo del año pasado.

Mientras la discusión parece estar centrada en si el escándalo influyó o no en la derrota del MAS en el referéndum del 21 de febrero de 2016 –un hecho que recobra importancia hoy, a pocas semanas de los dos años de esa votación que le dijo No a otra reelección de Morales y García–, mi preocupación sigue enfocada en qué oculta el caso Morales-Zapata. Veo mucho más que solo un posible tráfico de influencias. Veo un trasfondo perverso en el juego de poder al que apuestan los que se alternan en el mando del país, en el que se entrecruzan intereses mafiosos que operan negocios ilícitos de toda laya.

Un juego de poder y unos negocios que definen el rumbo no apenas de un gobierno, sino de todos. Y esto es algo que sí me quita el sueño: ¿será por esto que escándalos como el que estalló hace dos años quedan pendientes de esclarecimiento? Y una pregunta más, ¿solo las Zapatas van al cadalso, mientras que los Morales siguen en el trono?