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18 de mayo de 2018, 4:00 AM
18 de mayo de 2018, 4:00 AM

“No hay una extensión más grande de agua, le decía la rana del charco a la rana del río”.

A qué le llamamos estado de conciencia? En su libro De la Mística y los Estados de Conciencia, Jorge Waxemberg expresa: “El estado de conciencia es la noción que tenemos de nosotros mismos, de nuestro entorno y de nuestra situación en la vida y el mundo. Nos proporciona el grado de sabiduría que guía nuestras elecciones, nuestros juicios y nuestras acciones”.

Como seres humanos somos un compuesto de mente y corazón, razón y pasión, voces internas instintivas y llamados espirituales. Estas fuerzas interiores luchan por prevalecer e imponer las prioridades de la vida. A menudo confunden y nublan nuestro entendimiento. Pero por encima de estos componentes naturales, está nuestro estado de conciencia como referente inexorable de la conducta. 

Cada vez que el estado de conciencia se expande, incorpora un nuevo ámbito de realidad, pero no excluye a los anteriores. Es decir que el estado de conciencia se expande en círculos concéntricos desde la conciencia biológica pasando por la conciencia personalista hasta la conciencia universal.

La condición iluminativa de la conciencia es producto de la comprensión. Es la realidad que abarcamos como saber; darnos cuenta. Sin embargo nuestra conducta responde a la condición operativa de la conciencia que siempre está por detrás -o por debajo- de aquella. La distancia entre nuestro saber y nuestro hacer nos hace sufrir, pero a la vez nos impulsa a seguir esforzándonos en la búsqueda de coherencia. 
Cada vez que avanzamos, el horizonte iluminativo se traslada y nos estimula a seguir desenvolviéndonos en un movimiento perpetuo que nos expande. 

Para desenvolvernos espiritualmente necesitamos reconocer el estado de conciencia que nos contiene. Ver sus parámetros, sus identificaciones y sus límites. Lo podemos reconocer por su rasgo más notorio. La identificación que fija nuestra noción de ser (cómo me sé).

En el estado de conciencia biológico, la identificación proviene del cuerpo. Yo soy mi cuerpo. El sentido de la vida se concibe como obtener todo el placer posible. La característica fundamental de este estado de conciencia es su egoísmo instintivo. Buscar el placer a toda costa y por encima de todo. Pero el hastío es el fantasma que acompaña al placer y, más temprano que tarde, golpea las puertas del alma y la sume en desolación.

El estado de conciencia personalista es más amplio que el anterior. Yo soy mi personalidad adquirida. Me definen los atributos de mis pertenencias. Mi raza, mi clase social, mi nación, mi religión, mi ideología, mi familia, mis títulos, mis membresías, etc. En este estado de conciencia las identificaciones provienen de afuera, del medio. Aún no hay una noción de ser propia. No se alcanzó la egoencia. 

La personalidad adquirida es un sistema de condicionamientos automáticos inconscientes con el cual nos identificamos al punto de considerarlo nuestra identidad. Este sistema se forma y se sostiene a través de hábitos, impulsos y deseos que llevan hacia el afán de poder, la identificación con los bienes, la necesidad de éxito y de aprobación social. El estado de conciencia personalista vuelve al ego un gran agujero negro cuya fuerza centrípeta se traga todo a su alrededor. Los deseos, los amores y los logros. El ego siempre está supeditando. Su mundo es primario, o estás conmigo o estás contra mí.

Pero al ser estados de conciencia egocéntricos, la ley de la vida los rechaza y, tarde o temprano viene el revés, el fruto inevitable de dolor. Esto nos abre los ojos a una realidad que no concebíamos. Lentamente se abren las ventanas de la conciencia y nace la necesidad de cambiar, mejorar, incorporar valores solidarios, sujetar la necesidad de felicidad al servicio, al darse. Dejar de entender la vida aislada de los demás o peor aún, antagónica a los demás. 

Aquí comienza la expansión de la conciencia hacia la conciencia universal, participativa. Ya no parará más, porque amar y participar es el motor de la conciencia de ser humano con infinitas posibilidades que ocupa un solo lugar y no dos.

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