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7 de diciembre de 2018, 4:00 AM
7 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Sentí otro espíritu en mi cuerpo, como una posesión inevitable. Sentí que el tiempo retrocedía en pocos segundos y asomaba el rostro de mi madre y de sus amigas de las tertulias literarias. Sentí a mi tío Julio de la Vega y a la patota de Gesta Bárbara. Sentí susurrar a Flavio Machicado, a Oscar Cerruto, a Fernando Díez de Medina.

Sentí el enorme peso de mi barrio amado, Sopocachi, sobre mis espaldas. Era noche clara y Michela Pentimalli recibía a sus invitados junto con los bisnietos de Simón I. Patiño llegados desde Suiza para la ocasión. Al fondo, una exposición preparada, junto con los hermanos Cazorla de Oruro, con imágenes del principal barón del estaño, sobre todo las más familiares, las más locales. Junto a ella se podía recibir un ejemplar de la serie Historia de Oruro, dedicada a la herencia de la Fundación Cultural Patiño y a sus esfuerzos por apoyar el desarrollo de la educación en Bolivia.

A la entrada estaban las hermanas Rodó, dueñas de la casona, convertida en precioso edificio cultural, herederas de una estirpe que ha dado al país músicos, poetas, pedagogos, pintoras, la fotógrafa y gestora Sandra Boulanger y ahora la pequeña gran bailarina de flamenco, Milena.

Ahí habitó Baltazar Rodó 90 años, registrando los cambios del barrio desde sus callejuelas de tierra hasta el modernista Centenario y el apogeo de los años 40. Al lado vivió el nonagenario Julio Sanjinés Goitia, otro patricio de la ciudad.

El Espacio Cultural Patiño adquirió esas viviendas, situadas durante el Siglo XX frente a la antigua Nunciatura, actual Editorial Plural. Como muestra de eficiencia y transparencia, la construcción duró poco tiempo y hoy es un magnífico edificio. El diseño amigable y verde fue del fallecido Juan Carlos Calderón.

La nueva sede tiene dos amplísimas salas de exposición, ahora ocupadas por muestras imperdibles; retratos pintados por autores bolivianos de los años 30 y 40, entre ellos el también sopocachense Cecilio Guzmán de Rojas. En el segundo piso la retrospectiva de Juan Rimza, el maestro lituano que marcó a toda una generación de pintores bolivianos. La curaduría de María Isabel Álvarez Plata es impecable.

Entre todo ese esplendor se impone el Illimani como actor principal del barrio, desde el Montículo hasta las casas de los liberales que lo respetaron en su amplia propuesta estética y como motivo en los cuadros expuestos.

Así, la terraza de la flamante sede abre un espacio impresionante a la montaña de luz, que aparece como en una ilusión óptica tutelar gigante y a la vez familiar y cercana.

El estreno coincidió con el esfuerzo del Gobierno Municipal de La Paz para recuperar el área verde del Montículo, el más bello parque de la ciudad. Hace un siglo era apenas un cerrillo con una pobre capilla. Hoy es el símbolo de la grandeza paceña.

A pesar de los destrozos en la Plaza Murillo y el inquilino fugaz que nunca amó a esta ciudad, la Ciudad Maravilla se impone. Autoridades, sociedad civil y empresa privada apuestan por ella.

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