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18 de octubre de 2018, 4:00 AM
18 de octubre de 2018, 4:00 AM

Una gran parte de los ciudadanos son ajenos a la política partidaria porque les inspira desconfianza y rechazo, otra porción que es militante por la necesidad de un empleo. Mientras, la política necesita de los electores para garantizar acciones de gobierno que atiendan sus necesidades y anhelos, en un círculo virtuoso. ¿Dónde está el problema?

Está en la mayor o menor incoherencia entre el discurso y las acciones de gobierno o la inconsecuencia con los compromisos adquiridos, de una buena parte de los políticos hasta ahora conocidos.

Con toda esta carga, los ciudadanos no alcanzan a comprender los artificios que hoy se ven en el mundo político, mostrando fragmentación y proliferación de precandidatos, en total contrasentido al desafío y al mandato de esforzarse por buscar y alcanzar unidad. ¿Es que no lo saben? ¿Es que no les importa? ¿Es que cada quien se siente el salvador? Nada de eso, son las estrategias, mejor dicho las estratagemas para hacerse ‘visibles’.

Los ciudadanos se desorientan y desconciertan porque no saben que detrás de las noticias que muestran una determinada apariencia, están las estrategias de posicionamiento, no para sostener las múltiples candidaturas, sino para tener ‘poder de negociación’ entre las partes que conformen un bloque alternativo a la candidatura mayor del poder. Es seguro que muchos de ellos terminarán uniéndose, por lo que parece absurdo que ahora se insulten o descalifiquen, salvo la distorsionada convicción de brillar más sobre la sombra de los otros, ilustrativa de una menguada imagen del propio valor, sin duda.

En tiempos de alta conectividad, las redes se han convertido en la mejor encuesta para conocer la percepción ciudadana respecto de quienes son los potenciales candidatos. Y es más, en un país como el nuestro, para bien o para mal, a la mayoría se los conoce junto a sus virtudes y sus errores, el asunto es cuánto pesa esto en la mirada hacia delante y en los objetivos superiores del país.

La unidad demandada, pese al lastre caudillista de nuestra cultura política, es la esperanza así sea remota, de que el país deje de hundirse en la sinrazón, el atraso y el caos. Es, sin la ciudadanía saberlo, esa tozuda esperanza en la recuperación de la Política con mayúscula, del gobierno de los mejores, de abandonar la rémora del pasado con odio y confrontación y el carnavalesco despilfarro de nuestros recursos, para alcanzar la atención de nuestros enfermos, la educación de nuestra niñez y juventud, la siembra productiva que genere riqueza, la esperanza de empezar a vivir el presente construyendo el futuro.

Por todo ello, es preciso preguntarse, ¿merecemos que los operadores de la política gasten un precioso tiempo en conciliábulos, artificios y maniobras, en vez de usarlo bien en la formulación del qué hacer por el país, que la ciudadanía quiere y espera?

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