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El valor de la palabra

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13 de mayo de 2019, 3:00 AM
13 de mayo de 2019, 3:00 AM

“La elección nacional vamos a respetar”, son las pavorosas palabras que ha echado al viento el presidente, con la intención de tranquilizar -se supone- a esa amplia mayoría que teme exactamente lo contrario. La historia próxima sugiere que, más vale, se hubiese referido a cualquier otro tema, porque una de las muchas promesas suyas que asustan, son las que se refieren a elecciones. Eso, sin quitarle el mérito a otras cuantas, como las que hizo y aun hace sobre el medioambiente, solo como ejemplo.

No solía ser así, porque hasta hace unos años, hablo de 2014, Juan Evo Morales Ayma y su partido eran campeones, casi imbatibles, en el terreno electoral. Pero, desde ese momento, “con una pequeña ayuda de sus amigos”, como dirían Los Beatles, empezaron a torcer reglas, fabricar o corregir resultados, o sea, a usar recursos y remedios para torcer la voluntad popular.

En ese momento, los buenos muchachos (buenos con el Ejecutivo) del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) aparecieron con un invento que le permitió habilitarse –“una sola y última vez”- para volver a ser candidato, mientras que los de los tribunales electorales, tanto el Supremo (TSE) y los de menor rango, daban una mano, anulando candidaturas opositoras en Beni y desconociendo el triunfo del dirigente campesino Damián Condori, en Chuquisaca.

Ya sabemos la convulsión que se agarraron, el jefe y sus allegados, cuando en el referendo constitucional todos sus cálculos y previsiones fallaron, sacando a relucir lo malos perdedores que son y exhibiendo las malas artes y pretextos con que, primero, pretendieron explicar la derrota y, después, desconocerla. Con un chasquido de los dedos, o más precisamente, con una nueva sentencia del TCP, trataron (y tratan) de que simplemente desaparezca la sentencia que en las urnas prohibió una nueva reelección y que todo se nos borre de la memoria.

El dolor continúa tan fresco que, al mismo tiempo que dispara su promesa sobre las próximas elecciones, repite -mitad para tratar de convencer y mitad para forzar la convicción de todos los demás- “No es que el Evo no quiera cumplir, el pueblo se rebeló contra la mentira (del 21 F)”.

En suma: ¡el pueblo lo obligó a no cumplir con la voluntad democrática...del pueblo! Pero si las sumas presidenciales del pasado no cuadran, sus ejercicios sobre el futuro pintan todavía peor, porque la promesa de respetar el resultado de octubre viene preñada de amenazas, disfrazadas de pronóstico, nada deportivo, de “en todo caso, quiero que sepan: Vamos a ganar”.

Tanta seguridad proviene, sin duda, de tres experiencias, conocimientos y expectativas: 1) Que sus competidores proseguirán facilitando sus planes, apareciendo solo cuando el oficialismo los agrede y apalea; 2) que el TSE garantiza acatamiento total de lo que se le instruya de las altas esferas, con la garantía adicional que brinda el TCP, en caso de que todo falle, de descubrir un inédito mecanismo para invalidar un resultado adverso; y 3) que sus competidores electorales permanecerán impávidos ante un árbitro parcializado y un Tribunal Constitucional amaestrado y doblegado.

En tanto que la expectativa general es que el presidente esté ocupado resolviendo el secuestro de jefes clave de la Policía, por parte de empresas delictivas transnacionales, o corrigiendo algunas de las peores fallas del aparato y la administración estatal, lo tenemos concentrado en acelerar su eterna campaña y en jugar con palabras, que reiteran su lema y convicción de que las cosas se harán a su voluntad, “quieran o no quieran”.

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