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25 de abril de 2018, 4:00 AM
25 de abril de 2018, 4:00 AM

Estamos acostumbrados a relacionar el concepto trabajo con el accionar transformador que como sujetos realizamos sobre nuestro mundo objetivo. Acción en la que volcamos toda nuestra energía, capacidad y experiencia para lograr satisfacer las necesidades particulares y humanas en general.

Desde el punto de vista del quehacer exterior podemos decir que hemos avanzado mucho en todos los campos. La ciencia, la tecnología y en el último tiempo las TIC, dieron un formidable empellón en dirección a la conciencia global, la integración y universalidad del conocimiento. Conocemos lo necesario para derrotar el hambre, las enfermedades endémicas y la ignorancia funcional. Este desarrollo integró en nuestro horizonte de interés al planeta entero, al punto de que sentimos que ya nada nos es ajeno. Desde este punto de vista pareciera que está naciendo una conciencia planetaria.

Pero esto solo es en el ámbito exterior ya que en el ámbito de los valores, el mundo interior espiritual, el estado de nuestro aislamiento, también es evidente. 

Santiago Bovisio en su libro Desenvolvimiento Espiritual dice: “Corre la mente del hombre en pos del filón de oro que otro dice haber descubierto, gasta sus reservas vitales en la saltante búsqueda; tropieza, incauto, en las ilusorias trampas, y rehúsa obstinadamente cavar en la huerta de su casa”. La actitud de esperar que las respuestas a las preguntas fundamentales vengan de afuera, nos ha estancado espiritualmente y ha puesto una distancia importante entre el desarrollo o progreso exterior y el desenvolvimiento interior lo que nos pone al borde del colapso. En la expresión de sabiduría popular, mucha cabeza y poco corazón, un intelecto desarrollado para una inteligencia emocional subdesarrollada.

Actualmente nuestro estado interior responde a una conciencia personalista y posesiva, alimentada por una personalidad corriente (nuestros ‘yoes’) inflada por la concepción heroica de nuestra propia historia que, a fuerza de repetírnosla, la creemos. En realidad es un estado de ignorancia fundamental, independiente del nivel de instrucción. Una ignorancia ilustrada.

Para tener un futuro, debemos comenzar seriamente a trabajar en nuestro desenvolvimiento espiritual, mediante un trabajo interior sistemático y responsable, sin concesiones y sin demora, para avanzar en nuestro estado de conciencia al nivel que presuponen las herramientas puestas en nuestras manos por los logros externos. 

Los seres humanos no somos un producto terminado. Desde que nacemos necesitamos aprender a conocernos y desenvolver nuestras más elevadas posibilidades. Expandir nuestro estado de conciencia. Para ello debemos aplicarnos al trabajo interior, es decir, al proceso del conocimiento y la transformación de uno mismo. Un trabajo sistemático de autoobservación, autoconocimiento, reserva de energías y transformación. 

Es mediante el trabajo interior que se logra paz, plenitud y fuerza para encarar las vicisitudes de la vida. Desapego para tomar con gratitud lo que viene y soltar con gracia lo que se va. Es en nuestro mundo interior donde reafirmamos nuestra decisión de crecer, amar y darnos. Donde tomamos decisiones responsables, nos preparamos para las batallas interiores y donde con paciencia rompemos las cadenas de los condicionamientos. Es en ese maravilloso mundo interior donde conseguimos la libertad real, la libertad de ser lo que uno es, con infinitas posibilidades. Es el mundo del ser que se desenvuelve espiritualmente, que desarrolla su propio potencial y su estado de conciencia, que se afana en encender su luz interior y darle brillo. La luz de su egoencia (mismidad).

La espiritualidad real parte del principio evidente (el mismo de la ciencia) que la realidad nos desborda y va mucho más allá de lo que podemos concebir. Es lo potencial desconocido o en palabras del físico David Bohm El orden implicado. Respecto a la realidad, todos somos ignorantes.

La conciencia de la propia ignorancia, el querer saber y el hecho evidenciado de que somos un microcosmos del macrocosmos plasmado en el conocido axioma conócete a ti mismo y conocerás el universo, son las fuerzas que nos impulsan a buscar, indagar y experimentar, en definitiva a trabajar interiormente con no-sotros mismos, para ir develando, uno a uno, los velos de ignorancia que cubren nuestro ser, nuestro YO esencial.

Este mundo interior espiritual no está referido al estado sicológico, al equilibrio emocional u otros aspectos de la sique, sino al trabajo sistemático que se realiza sobre uno mismo para expandir el estado de conciencia, que no es otra cosa que la capacidad de incluir realidad a la propia, y vivir consecuentemente.

Si este trabajo interior no se realiza, mucho me temo que los adelantos conseguidos a fuerza de grandes sacrificios, no bastarán para darnos la paz y el bien que tanto anhelamos para nosotros y para toda la humanidad. Pongamos manos a la obra en el trabajo interior, con decisión. El premio es la libertad, la paz y la plenitud más allá de las circunstancias exteriores.

No importa el camino elegido para realizar esta labor. Todos los caminos merecen recorrerse, pero es necesario elegir uno y recorrerlo hasta el final. Hace mucho tiempo yo elegí Cafh como mi camino, otro puede hacerlo a través de alguna religión u otra vía. Lo importante es hacerlo con seriedad y dedicación. Los signos exteriores del desenvolvimiento espiritual son siempre evidentes por sí mismo: flexibilidad, empatía, inclusión, autocontrol, amplitud de miras, amor compasivo y compromiso por el bien común. Como decía Don Juan en el libro de Castaneda, “elige un camino con corazón”. O como lo expresaba Ramakrishna (el gran santo hindú), los caminos son como los rayos de una rueda, en la periferia son diferentes, pero en el centro todos se juntan, son uno. Y agregaba, cerciórate de tomar uno solo porque de lo contrario saltarás de rayo en rayo y caminarás en círculo, no muy lejos de los comienzos.

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