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26 de mayo de 2018, 4:00 AM
26 de mayo de 2018, 4:00 AM

Cuando el pueblo eligió a Evo Morales (EM) como presidente de la República, la gente que se autoconsidera decente echó el grito al cielo impugnando la determinación del populacho, y hasta el día de hoy no consigue asimilar la cruda realidad que le ha tocado vivir. Y para colmo de males, el papa Francisco contribuye a amargarles más la vida con su decisión de nombrar cardenal al padre Toribio Ticona, otro indígena igual que EM, y exproletario como Jesucristo, hijo de José, carpintero entre carpinteros. Pero en este último caso, por tratarse de los inescrutables designios de Dios, la misma gente ha guardado un silencio institucional para no incurrir en el pecado de blasfemia y poner en riesgo el disfrute de la inmortalidad que el cristianismo les tiene prometido.

Por lo mismo han optado los altos prelados de la curia, que albergaban la esperanza de que el vacío dejado por el fallecido cardenal Julio Terrazas fuera llenado por uno de ellos, por el supuesto derecho de preferencia. Lamentablemente, al igual que acontece con el Ejército y la Policía, la curia es otra corporación verticalista donde las órdenes que emanan “de lo más alto” se cumplen al pie de la letra, aunque resulten frustrantes para algunos. Para ser cardenal hay que impregnarse del olor de las ovejas del Señor, por lo menos mientras dure el ‘reinado’ del papa Francisco, que se ha creado muchos anticuerpos por las innovadoras decisiones que adopta en el intento de romper los moldes de la ortodoxia recalcitrante. Él dice: “El mal no está fuera de la institución, está dentro de ella”.

Por los evangelios extracanónicos (no aceptados en el Vaticano), sabemos de los orígenes bien humildes de Jesús, que no nació en cuna de oro, sino en el interior de una caverna en las proximidades de Belén, y que no es evidente que fuera visitado por tres reyes magos: Melchor, Gaspar y Baltazar, sino por tres pastores que oyeron el llanto del niño y le llevaron -cuenta el escritor José Saramago- “leche, queso y pan”, que era el alimento del que más carecía la familia que se hallaba lejos de Nazaret, la aldea de donde procedía y adonde deberían retornar una vez que fueron censados.

Lo asistieron porque de alguna manera intuyeron que se trataba del nuevo rey de los judíos que sustituiría a Herodes –el sátrapa asesino de niños inocentes– y que habría de rodearse de los pobres de solemnidad a quienes ofrecería el reino de los cielos, donde no tendrán llegada quienes se afanan en acumular riquezas en la tierra que otros heredarán. El padre Toribio, como le gusta que lo sigan llamando, promete seguir por el sendero de Jesucristo y ser el cardenal de los pobres a quienes todavía no les han llegado los beneficios del ‘proceso de cambio’ ofrecido por EM, que comparte únicamente con los seudorrevolucionarios y fariseos de su entorno con los cuales piensa que seguirá cogobernando.

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