El Deber logo
14 de febrero de 2018, 4:00 AM
14 de febrero de 2018, 4:00 AM

A propósito del tema de la eternización en el poder, ofrezco a los lectores extractos del libro El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez. Se han hecho pequeños ajustes para que los párrafos sean comprensibles en sí mismos:

“Más bien aproveche ahora para verle la cara a la verdad mi general, para que sepa que nadie le ha dicho nunca lo que piensa de veras sino que todos le dicen lo que saben que usted quiere oír mientras le hacen reverencias por delante y le hacen pistola por detrás, agradezca siquiera la casualidad de que yo soy el hombre que más lástima le tiene en este mundo porque soy el único que me parezco a usted, el único que tiene la honradez de cantarle lo que todo el mundo dice que usted (…) y si no se desmontó de la silla desde entonces no será porque no quiere sino porque no puede, reconózcalo, porque sabe que a la hora que lo vean por la calle vestido de mortal le van a caer encima como perros para cobrarle esto por la matanza de Santa María del Altar, esto otro por los presos que tiran en los fosos de la fortaleza del puerto para que se los coman vivos los caimanes, esto otro por los que despellejan vivos y le mandan el cuero a la familia como escarmiento, decía, sacando del pozo sin fondo de sus rencores atrasados el sartal de recursos atroces de ese régimen de infamia (…).

Horas después, con una sola mirada, el general vio “más infamias de cuantas habían visto y llorado mis ojos desde su nacimiento, vio a sus viudas felices que abandonaban la casa por las puertas de servicio llevándose los muebles de mi gobierno, los frascos de miel de tus colmenas, madre, vi a mis sietemesinos haciendo músicas de júbilo con los trastos de la cocina y los tesoros de cristalería y los servicios de mesa de los banquetes de pontifical cantando a grito callejero ‘se murió el general, viva la libertad’, vio la hoguera encendida en la Plaza de Armas para quemar los retratos oficiales y las litografías de almanaques que estuvieron a toda hora y en todas partes desde el principio de su régimen, y vio pasar su propio cuerpo arrastrado que iba dejando por la calle un reguero de condecoraciones y charreteras (...), sables de barajas y los diez soles tristes de rey del universo, madre, mira cómo me han puesto", decía, sintiendo en carne propia la ignominia de los escupitajos y las bacinillas de enfermos que le tiraban al pasar desde los balcones, horrorizado por la idea de ser descuartizado y digerido por los perros y los gallinazos entre los aullidos delirantes y los truenos de pirotecnia del carnaval de mi muerte. Cuando pasó el cataclismo el general siguió oyendo músicas remotas en la tarde sin viento, siguió matando mosquitos y tratando de matar con las mismas palmadas el zumbido de los oídos que lo estorbaban para pensar.

Tags