Opinión

El invierno de Kaspuscinski

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18 de febrero de 2018, 20:16 PM
18 de febrero de 2018, 20:16 PM

En uno de los territorios eternos de Ryszard Kapuściński. Varsovia (Polonia), donde estudió Historia y donde murió aquel enero de 2007 a los 75 años de edad. Una ciudad con su invierno de guerrero busca pleitos, con sus árboles que se callan con el viento, con su sol que no calienta pero que ilumina antes de que anochezca porque la noche cae ahora desde las cinco de la tarde. La gente sabe quién es él: El autor polaco más publicado y traducido en el extranjero, dice un librero orgulloso y un cliente que está al lado aporta con una afirmación poderosa: También fue premio príncipe de Asturias y un periodista candidato al premio Nobel de Literatura. 

Fue eso y mucho más: se lanzó a los brazos del periodismo cuando tenía 17 años y durante sus viajes de trotamundos insaciable narró la barbarie de las guerras civiles y de las revoluciones de América Latina y de África, renunció a las conferencias de prensa por las inmersiones en los barriales del submundo y cuando sintió que era oportuno dio una receta infalible a los aspirantes a periodistas de verdad: Si le teme a las balas, a las víboras, a la fiebre, a las espinas, a las enfermedades venéreas o a las letrinas, entonces usted jamás será periodista. 

Afuera de la librería la nieve cae en silencio como si nevar fuera un acto vergonzoso. Por el contrario, nevar en Polonia es un acto poético porque los versos blancos se posan en los tejados y en las ventanas, en los faroles y en los perros que corren como cabritos por los jardines que en primavera se llenan de niños, en las ramas secas de los árboles y en las bicicletas que aguardan a sus dueños en las aceras blancas que registran las pisadas de los que vienen y van. La nieve cae en silencio pero los pies hacen su trabajo: ponen música a la nieve. Los zapatos la tocan y la nieve canta y su canto se mete por la boca, por los dientes, como si se abrieran las compuertas del cielo, descargando un río suave y dulce que moja a esa luna que está navegando en la garganta. 

Como una fábula la noche ha llegado antes: luminosa y profunda como una crónica de Caparrós, ansiosa como una carta que va en camino, misteriosa como la casa de Marguerite Duras, valiente como un libro de Kapuscinski, de ese maravilloso polaco que en la nieve de los adoquines grabó las huellas de sus pisadas, tan fuertes y eternas como su voz y su pluma que no se irán tras el invierno.

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