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12 de agosto de 2018, 4:00 AM
12 de agosto de 2018, 4:00 AM

La Tierra es sinónimo de oscilaciones, de dinámica; con cambios que tuvieron efectos negativos sobre la vida que habitó en determinados momentos. Por ejemplo, cuando las cianobacterias dieron paso a un mundo con oxígeno, modificaron la biosfera de forma letal para sus coetáneos, pero proporcionaron una condición indispensable para nuestra existencia. La lista de circunstancias que intentaron acabar con la vida es extensa: anoxia oceánica, asteroides, cambios climáticos, supernovas... Las especies de hoy en día no representan ni 1/10 de todas las que han existido desde que empezó esta odisea. La vida ha sido capaz de ajustarse a los más bruscos cambios, modificando ágilmente su estructura, aferrándose a ella misma con una inteligencia y resiliencia única.

Sin embargo, no tiene ningún favoritismo por alguna especie en concreto. Según el último reporte de la UICN, la velocidad a la cual se incrementan las especies en peligro de extinción (26.197 en el 2017) apuntan a que estamos encaminados a la 6ta extinción masiva.

Esta vez el culpable es el humano. Resumiendo las muchas causas: hemos sido capaces de cambiar y contaminar todos los hábitats de la biosfera y de modificar el clima a escala global; pero últimamente lo hacemos de tal forma que no damos tiempo de recuperación alguna. Simplemente para citar algunos ejemplos de especies en peligro de extinción y su causa más relevante. El leopardo de las nieves y el oso polar se han visto perjudicados por el calentamiento global, que redujo sus hábitats. Por supuestas propiedades afrodisíacas, el pez totoaba peligra por la pesca de arrastre, aunque los individuos que quieren levantar su “ánimo” no hacen más que tomar un placebo. En el proceso, indirectamente, la vaquita marina se ha visto reducida a menos de 100 ejemplares. El tigre, el jaguar y el elefante, animales emblemáticos, fuente de inspiración para millones de obras de arte de infantes, todos a punto de desaparecer por la caza furtiva promovida por el ficticio valor económico que se le da a sus pieles y colmillos, ¿para qué? Para que algún individuo se sienta poderoso y pueda ostentar su nivel económico frente a ojos igualmente ignorantes. Somos un arma de extinción masiva, un virus con una programación suicida y un apetito voraz de vida.

Hemos hecho caer la primera pieza de dominó y ha comenzado la reacción en cadena. Cuando caiga la última, los que perderán, de manera inevitable, seremos nosotros. ¿Cómo le diremos a nuestros descendientes que el caos que les entregaremos fue causado por nuestra inconsciencia? A pesar de que somos 7 mil millones de personas, podemos ir promoviendo un cambio positivo mediante algunas acciones, por ejemplo: reducir o evitar el consumo innecesario, buscar productos más sostenibles. Pero, ante todo, es importante informarnos e informar. La clave será educarnos con una visión más amplia y ambiental, ubicar nuestro lugar en el mundo y las consecuencias de nuestros actos ¡Empecemos!

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