Opinión

¿El fin de una farsa inhumana?

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19 de noviembre de 2017, 4:00 AM
19 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Ya nadie discute que el “caso terrorismo-separatismo” fue una fanfarronada cruel. Una acción inclemente que ha tenido en vilo al país durante más de ocho años y que jamás llegó a convencer a la gente que se hubiera montado en Santa Cruz el terrorismo ni el separatismo. Pero fue un montaje de tal envergadura, tan publicitado, que sembró dudas con lo que el objetivo del Gobierno se cumplió. Solo con la incertidumbre instalada justificó el encarcelamiento o provocó la fuga de decenas de personas que sabían perfectamente que si el Gobierno había sido capaz de ejecutar extrajudicialmente a tres sujetos, podía hacer liquidar a más. 

Leer el libro Labrado en la memoria del reconocido periodista Harold Olmos, es algo que impacta; pero aún más, que convence de la tenebrosa maquinación inventada. Aquí no se trata de que un opositor, un adversario del Gobierno, ni un damnificado familiarmente, hubiera querido dañar a S.E., al vicepresidente, sus ministros, ni a la justicia servil con el régimen. Se trata de más de 700 páginas perfectamente documentadas porque al autor nadie le contó nada, sino que asistió a la mayoría de las audiencias en que fiscales y jueces llevaron adelante la gran tramoya. 


Muchas de las páginas escritas por Harold Olmos son de conocimiento general, pero en el libro aparecen testimonios terribles, contradicciones de los inquisidores, falta absoluta de pruebas contra los acusados, y una serie de irregularidades desconocidas hasta hace poco, que nadie puede comprender cómo la justicia boliviana pudo sostener y sostiene aún. Abusos ilegales, amenazas, extorsión y hasta tortura sicológica y física, son parte de un cuadro que pareciera novela negra pero que es una realidad. ¿Habrá algún juicio en el mundo, en una nación presuntamente democrática, que haya durado más de ocho años y que no tenga visos de concluir porque los acusadores se queman las manos y no saben cómo salvarse ellos mismos? 

Hay nueva información que podría cerrar el círculo y que Olmos cita en su obra y además en su blog. Eso nos lleva a pensar en que se ha roto el secreto y que los autores no saben cómo zafarse de sus delitos y han empezado a acusarse mutuamente. Es algo cinematográfico si no fuera real. El excomandante de la Policía de la época de las ejecuciones en el hotel Las Américas, general Ciro Farfán, ha señalado al capitán Walter Andrade como ejecutor principal del ataque nocturno, pero, a su vez, expresó que Andrade recibió órdenes del jefe de la Utarc, coronel Jorge Santisteban. Farfán dijo que, para probar, estaba dispuesto a un careo con Santisteban.


Sabemos que S.E. llegó a Venezuela en esas horas terribles y que a su arribo declaró que había dejado instrucciones para que redujeran a los sediciosos separatistas. No dijo, por supuesto, que hubiera ordenado ejecutarlos. Pero alguien tuvo que darle a Santisteban una orden para que este se la transmitiera a Andrade. Tuvo que ser el presidente en funciones, Álvaro García Linera o el ministro de Gobierno subrogante, Walker San Miguel, en vista de que el titular, Alfredo Rada, estaba en Brasil. ¿Quién fue el responsable de que el plomo hiriera la carne? ¿O se rompió la cadena de mando como en Chaparina y los subalternos actuaron por cuenta propia? El tablero de ajedrez con todas sus piezas está sobre la mesa para quien quiera jugarlo. Ahí están el rey, la reina, torres, caballos, alfiles… y peones. ¿Quién dio la orden para que tanta gente padezca hasta el día de hoy?

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