Opinión

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El cuento de Pinto

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17 de febrero de 2019, 5:00 AM
17 de febrero de 2019, 5:00 AM

¿Por qué creo que EL DEBER no debió publicar el artículo de Darwin Pinto La ideología de género, ese caballo de Troya? No porque contenga valores distintos que los míos, lo que es parte de la democracia, sino porque en su escrito Pinto se limita a atacar con sarcasmos, mentiras e insultos las ideas en las que no cree.

El director de este periódico ha señalado que un artículo no debiera publicarse solo si tiene “imprecisiones o agresiones”. Vamos a probar que este está lleno de ambas.

Pinto dice que Federico Engels “acuña el término patriarcado” en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y del Estado. Primera falsedad. Si Pinto hubiera leído a Engels, sabría que este toma el concepto de familia “patriarcal” de la ciencia antropológica previa a la publicación de El origen... en 1884; Engels cita, por ejemplo, El Derecho Materno, de Bachofen (1861).

Pero Pinto obviamente no leyó a Engels. Por eso dice que “propone la lucha de sexos” en lugar de la lucha de clases de Marx. Otra falsedad. Hasta el último día de su vida, Engels defendió las ideas comunes que concibieron él y Marx y, además, escribió El origen... sobre la base de los apuntes de Marx al libro de Lewis Morgan sobre la prehistoria.

¿Qué plantearon estos autores? Entre otras cosas, que la familia ha ido cambiando a lo largo de la historia: comenzó siendo matriarcal y luego, por una serie de sucesos, se volvió patriarcal. Plantean que la familia no es “natural”, sino una obra en construcción. Hoy este concepto se plantea en términos muy distintos: el libro de Engels ha quedado anticuado. Sin embargo, ningún científico puede dudar de que hubo varios tipos de familia a lo largo del tiempo; primero, por la necesidad de evitar el incesto; luego, por las formas de la herencia, etc.

Seguro que esto irrita a quienes siguen moviéndose con la única guía de la Biblia, pero es sintomático que Pinto no ataque a la antropología y en cambio se estrelle con tra Engels. Voy a explicar por qué lo hace. Y también explicaré por qué luego hace una ensalada, igualmente “de oídas”, mezclando a Gramsci con el “feminazismo” de “segunda y tercera generación”.

Pinto pretende asustarnos, contándonos el cuento del ‘coco’. Pero no le conviene que su ‘coco’ sean los científicos, sino una clase más terrorífica para el público en general: los marxistas. Es un cuento de suspenso. En él hay un señor del mal (Gramsci), “rodeado de ratas”, que piensa en destruir al mundo. Lo ayuda en ello la “defensora de la pedofilia” Simone de Beauvoir. (Obviamente, el cuento necesita reducir el pensamiento de De Beauvoir a su supuesto comportamiento sexual. Pinto tampoco leyó a la escritora francesa. Le atribuye estar a favor de la pedofilia porque defendió a unos hombres que estaban tres años en prisión por haber besado a unas chicas de menos de 15 años, las cuales testificaron a favor de los acusados; el manifiesto fue firmado por muchos intelectuales franceses -¿todos ellos pedófilos?-; algo que, claro está, Pinto omite decir).

El ‘cuentito’ sigue: El malvado Gramsci, pese a la tuberculosis y el sufrimiento de la prisión fascista, de los que Pinto se ríe, reflexiona: “La ideología es un arma, mejor si bien intencionada, victimizada, ‘inofensiva’”... Si el director de EL DEBER buscaba “imprecisiones”, esta definición “gramsciana” le debería bastar. Es obvio que Pinto no tiene idea de qué dijo Gramsci. Solo se sirve de su nombre para su narración, que termina así: “Entonces el método de destrucción de la cultura y la sociedad ya está. Se llama ideología de género”.

Esto me recuerda a los famosos Protocolos de los Sabios de Sion, un libro infame inventado por los servicios secretos rusos para justificar las masacres de judíos. En ellos también había un cuentito ‘con ratas’: el de la conquista semita del mundo. Toda esta literatura está cortada con la misma tijera: busca meter miedo a los lectores para que, acto seguido, estos aprueben las golpizas y los asesinatos de los “malignos”. En este caso, de las ‘feminazis’.

No es aceptable que, a cuento de libertad de expresión, se alarme, se agreda (“¡cuidado, las feminazis defecarán en nuestras iglesias!”) y se incite al odio contra el movimiento femenino que hoy lucha, en notoria desventaja, contra las estructuras que generan violencia y muerte en contra de las mujeres.

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