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17 de marzo de 2019, 4:00 AM
17 de marzo de 2019, 4:00 AM

En ese pueblito donde nunca pasaba nada nos levantábamos con el canto de los gallos y nos acostábamos al terminar la novela de la noche, la del canal 9 o el 13, según el capricho de los vientos. Los días se repetían a sí mismos, con su megáfono de iglesia que anunciaba por igual misas y entierros, las historias nocturnas sobre aparecidos que pedían sin boca pan y agua, las lluvias rabiosas que volteaban la selva y los soles rotundos que quemaban sembrados y petrificaban lagunas con sus caimanes y todo. Todo era aburrido, hasta el día increíble en que mi amigo volvió al pueblo a visitar a su padre carpintero y trajo con él su balón de verdad, su cartón de monopolio y ese casette que cuando comenzó a sonar me hizo sentir el despegue con alas de mariposa de una letra que no entendí, pero que se quedó en mí para siempre: ¿Is this the real life? ¿Is this just fantasy?

Nunca había escuchado nada parecido. Ese dulce ascenso a capela hasta la balada dolorosa en la que una mano de chico se cierra sobre un carbón encendido; la potencia de la ópera que se va para arriba, para arriba, para arriba hasta que le hace un hueco al cielo; la explosión de la batería y la guitarra eléctrica en la cima de una hipercordillera de rock que luego se derrumba en un solo golpe hasta hacerse trizas en la suave derrota de la coda resignada, en un réquiem que va desapareciendo entre las grietas sucias del muro exterior de un Olimpo tan bello como inalcanzable... Todo eso en Bohemian Rapsody. Estaba fascinado y no lo sabía. Nunca había estado fascinado. Era la primera vez que oía rock, la primera vez que oía Queen, tenía 10 años y aunque no tenía idea de nada, ya había una certeza: Esa sería mi banda favorita el resto de mi vida.

Treinta años después, mi amigo consiguió mi teléfono, me invitó a ver la película sobre Queen en familia, lo cual hubiera sido poético, digo, verla con el pariente que me los había presentado tres décadas atrás. Pero fui educado y no acepté, porque me encanta arruinar los momentos y porque también me suele ganar la pereza.

La vi días después con mi familia. A los tres minutos ya estaba llorando, porque lloro en el cine cuando no me queda remedio. La actuación de Rami Malek en Bohemian Rapsody es monumental, carga solo todo el peso del filme, de la primera a la última toma. La caracterización es genial y logra que uno no piense en una actuación sino en casi una resurrección. Freddie Mercury, muerto por Sida el 24 noviembre de 1991 en Londres, cuando yo tenía 13, estaba ahí de vuelta, más flaco, con los ojos más grandes, pero en la pantalla se veía toda la magia intacta de aquel hombre sensible y genial que nunca aprendió a estar solo.

Con ese papel, el chico cuyo padre egipcio lo quería abogado, ganó el Globo de Oro y el Oscar al mejor actor, pero no fue fácil. Brian May, astrofísico y guitarra de Queen, estaba harto del proyecto que no arrancaba, pero cuando vio el esfuerzo de Malek supo que tal vez se podía hacer. Malek tenía dudas, había gente en el proyecto inconforme con él; tanto, que lo habían castigado con un duro casting de seis horas y él sospechaba que le dieron el papel porque habían echado a Sacha Baron Cohen y no quedaba nadie más. La timidez, la inseguridad por sus rasgos étnicos, la torpeza del hijo de migrantes (como Freddie Mercury) amenazaban el plató. Mamma, I don´t want to die. Hasta que May y Roger Taylor, miembros de Queen y coproductores de la cinta, lo abrazaron, le dijeron que era increíble y lo adoptaron como un hijo. Eso lo cambió todo.

La noche que ganó el Oscar, en su bello discurso Malek dijo: “Puede que yo no haya sido la elección obvia para el papel, pero parece que funcionó”. I just a poor boy and nobody loves me, dice Bohemian Rapsody. Gracias a él, el filme ganó cuatro Oscars y $us 794 millones líquidos. Claro que funcionó, Rami.

Cuando le preguntaron qué diferencia había entre un famoso y una leyenda, Malek recordó la vez en que Freddie Mercury encantó a 250.000 fans en Río, hasta entonces el público más numeroso jamás reunido. “Eso hacen las leyendas, fascinan”. Sí. Freddie fascinó a millones en sus conciertos, con sus discos, como me fascinó a mí ese día remoto, allá, en ese verde lugar del fin del mundo donde antes de él nunca había pasado nada.

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