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14 de enero de 2018, 4:00 AM
14 de enero de 2018, 4:00 AM

Suele ser de mal gusto escribir sobre tus propios libros. Se entiende, a menudo, como una autopromoción. Pero no es menos cierto que en el mundo de las letras no hay por qué cerrar canales de intercambio con quienes se puedan interesar en algunos títulos, propios o ajenos. 
Presenté dos textos en la editorial 3600, que generosamente acoge mis iniciativas. Mirar, viajar, narrar es un documento que reúne crónicas e imágenes de distintos viajes a lo largo de dos décadas. Cuando me desplazo, suelo llevar mi cámara y mi teclado. Disfruto con dejarme sorprender por lo que tengo al frente, captarlo con la memoria para luego redactarlo o perseguirlo con el aparato fotográfico. Nada mejor que sentarme en un café a escribir mis impresiones repasando cada una de las tomas. Esa práctica que he intentado cultivar, más o menos sistemáticamente, ahora aparece reunida en un solo volumen. 

Cada viaje tiene un tono distinto y una intención específica, por lo que cada relato es diferente. Alguno se trata de una vacación en Tupiza con toda mi familia, removiendo la memoria y las emociones de mis mayores cuya infancia transcurrió ahí. Otro texto más bien cuenta mi asombro por el descubrimiento de una cultura tan distinta, como la japonesa, ese “imperio de los sentidos” tan difícil de decodificar. No dejo fuera un viaje a Chiapas, marcado por las ganas de conocer lo que quedó del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, o la oportunidad de estar en Praga 30 años después del movimiento de 1968. 

Hay distintas maneras de viajar y de contar. Este texto busca enlazar la imagen y la palabra en una sola narración que recorre varios lugares y momentos. 

El segundo libro titula Hacer sociología sin darse cuenta. Es la compilación de varias columnas periodísticas -muchas de ellas aparecieron originalmente en este espacio- sobre observaciones cotidianas. La intención es mostrar las facetas de la vida de un sociólogo, y sobre todo su manera de mirar las cosas desde el sello de la disciplina. Pero no quiere ser un tratado de teoría social, sino compartir con aquellos que no están familiarizados con esta forma de conocimiento lo que se denomina el “ojo sociológico”. 

Inspirado por lo que hizo Fernando Savater en Ética para Amador, el libro está dedicado a mi hija Canela de 14 años. Ojalá que esas letras le muestren a ella y a su generación qué es lo que hace un cientista social más allá de su cubículo, sus clases, sus investigaciones; ojalá muestren al observador compulsivo de las situaciones sociales en su día a día, en su tránsito por el transporte público, por internet, por un museo o por una novela. Todo lo que nos nutre y que miramos desde lo que somos y lo que hemos aprendido.

Publicar es una fiesta. A menudo son invisibles las manos que labran un texto. Sacar un libro es una aventura que involucra a mucha gente y que encanta a quienes nos movemos en el universo de las letras. Ojalá que estas dos publicaciones sean del agrado de los lectores que son, como siempre, el principal destinatario. Y termino haciendo mías las palabras pertinentes de Borges: “Espero que las notas apresuradas que acabo de dictar no agoten este libro y que sus sueños sigan ramificándose en la hospitalaria imaginación de quienes ahora lo cierran”.

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