Opinión

Domingo de la guarda

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23 de abril de 2018, 6:51 AM
23 de abril de 2018, 6:51 AM

Domingo es amigo de los que están al otro lado de la vereda, de los que asustan a la sociedad, de los que existen pero el resto de la gente no los ve o se niega a verlos. Es esperado por los enfermos, por los drogadictos y alcohólicos, por los niños desamparados y por los que tienen hambre, por los indígenas y por los que viven en la periferia más olvidada y por los que navegan en los oscuros canales de drenaje. 

Domingo Ábrego Faldín es su nombre completo, pero en el mundo de los de abajo, entre los que no tienen quién les ladre, entre los que han caído en desgracia por alguna razón, lo llaman el ángel de la guarda, el que viene sin que lo llamen, el que siempre está ahí. Y por eso lo esperan, porque siempre lo ven aparecer o con una bolsita con panes o con su entusiasmo y voluntad para ayudarles en algún trámite, para buscar ayuda económica para la compra de remedios, o para apoyar en la denuncia sobre alguna injusticia que esté ocurriendo en las esquinas olvidadas de la sociedad.

Domingo ha nacido el martes 23 de agosto de 1955 en el Tuná (a 80 kilómetros de San José de Chiquitos), salió bachiller en el Cema del colegio Don Bosco y se ha formado intelectualmente leyendo novelas y libros sobre historia y asistiendo a medio centenar de cursos, talleres y seminarios que lo han convertido en educador de calle, en sicólogo amparado en el don de escuchar y en comunicador hábil para transmitir a las autoridades el dolor del prójimo. 

Toda esa musculatura que ha acumulado en la jungla de la dura realidad, le ha servido para ganarse la vida en trabajos relacionados con lo que le hace feliz: ayudar al desvalido, al que necesita que se le tienda una mano. Así es como ha formado parte activa de fundaciones en Bolivia y en Ecuador, ha sido periodista en un semanario, promotor social en instituciones defensoras de los menores de edad, en la mismísima Casa de la Cultura Raúl Otero Reiche y ha llenado salones con personas que acudieron para escuchar sus charlas y convertirse en alumnos de sus talleres de capacitación sobre diversos temas sociales. También ha sido homenajeado y varias medallas que colgaron de su cuello las ha guardado con la fuerza motora de hombre modesto.

Domingo Ábrego ahora necesita uno o varios ángeles de la guarda. A sus 63 años está desempleado y sus conocimientos y capacidades de educador desaprovechados. Para conseguir el dinero que garantice medianamente la comida en su casa y la ayuda económica que da a los necesitados, se ha visto obligado a trabajar de jardinero y albañil, sabiendo que su corazón está herido por el mal de Chagas que lo amenaza desde hace una década, y que un esfuerzo físico puede ser letal para este hombre que siempre estuvo ahí para los seres anónimos que él eleva a la categoría de seres humanos con esperanza.

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