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24 de abril de 2019, 4:00 AM
24 de abril de 2019, 4:00 AM

Acaban de presentar Fernanda Wanderley y José Peres Cajias una muy valiosa compilación de numerosos estudios denominada Los desafíos del desarrollo productivo en el siglo XXI, el mismo que luego de dar cuenta de la situación social económica y ambiental de Bolivia intenta explicar ¿por qué estamos donde estamos?, es decir inmersos en una economía esencial y persistentemente extractivista y en un tercer momento nos desafían con la interrogante de ¿cómo transitar por nuevos caminos? exponiendo algunas experiencias y alternativas.

En resumen, esta compilación revela de manera inobjetable que la persistencia del patrón de crecimiento sustentado en la explotación de recursos naturales no renovables y con bajo valor agregado, la degradación ambiental y la exclusión social son nuestros problemas estructurales y solo es posible salir de este atolladero releyendo nuestra historia, aprendiendo de ella e interpelando conceptos e ideas profundamente arraigadas en el imaginario colectivo.

Una de ellas es la manera de entender la diversificación, asociada a la industrialización de los recursos naturales no renovables (planta de bulo bulo) o la expansión de la agroindustria para la exportación, cuando de lo que se trata es de superar esta visión restrictiva de agregación de valor en pocos sectores o regiones, asumiendo que la diversificación es un proceso por medio del cual la economía es capaz de acumular una mayor cantidad de conocimiento tácito, de conocimiento implícito (por ejemplo, aprovechando los conocimientos que traen las empresas extranjeras) en una multiplicidad de encadenamientos productivos, con especial atención en aquellos económicamente sustentables y generadores de empleo de calidad.

En efecto, un proceso de diversificación económica sin acumulación de conocimiento no contribuye a superar los bajos niveles de productividad de largo plazo y tampoco la alta proporción de empleos precarios e informales y menos la acelerada degradación ambiental, puesto que la diversificación económica no es un fin en sí mismo, sino un medio y ello solo es posible si permite mejorar las condiciones de vida de forma sostenible junto a la preservación ambiental.

Al respecto, si bien es cierto que el crecimiento económico de los últimos años vino acompañado de una reducción de la pobreza; sin embargo, es asimismo evidente que se perciben los primeros síntomas de sectores sociales persistentemente vulnerables cuyos avances de los últimos años son fácilmente reversibles y que el patrón de crecimiento extractivista es ecológicamente insostenible.

Con base en estos cuestionamientos recopilados en el compendio mencionado, se hace urgente centrar el debate nacional, el debate de quienes aspiran a la Presidencia y Vicepresidencia de Bolivia, en la diversificación con conocimiento como uno de los ejes de la política pública para alcanzar empleos dignos, justicia social y sostenibilidad ambiental.

Es bueno preguntarse para emprender este debate ¿Con qué soporte institucional contamos? Con un Viceministerio creado el 2013 por el presidente Morales, quien confesó: “Cuando el 2006 me han propuesto crear un Viceministerio de Ciencia y Tecnología me he opuesto, y estaba equivocado, pero ahora me doy cuenta; obligado a avanzar en ese tema, hemos creado ese viceministerio y tampoco avanza”. Por otra parte, el CEUB formuló el Plan Nacional de Ciencia Tecnología e Innovación del Sistema de la Universidad Boliviana 2017-2026, estableciendo para el financiamiento del mismo el Fondo Nacional Universitario de Ciencia y Tecnología con el aporte del 1% del IDH.

En resumen, Bolivia es uno de los pocos países de la región que no cuenta con una institucionalidad orientada al desarrollo de la ciencia y la tecnología que articule al Estado con los centros de producción del conocimiento y el sector privado, como una instancia capaz de imbricar la economía en la ecología y las transformaciones profundas en la estructuras económicas y sociales en marcos democráticos renovados y legítimos.

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