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29 de marzo de 2019, 4:00 AM
29 de marzo de 2019, 4:00 AM

Nuestros políticos, esos profesionales de la política, aquellos que entran para servirse y no para servir, para enriquecerse y no para enriquecer a la gente, esos engominados con ternos impecables y aquellos con chamarra o chompita, y también las damas, las que usan carteras de cuero y las de sombrero y pollera; todos ellos, sin excepción tienen una cosa horrorosa en común, siempre encuentran un motivo para echarle la culpa a alguien o algo de los fracasos, derrotas o infortunios que mantienen a nuestro país en la lista de los países más pobres y más corruptos.

Con frases ensayadas, sacadas de esos mismos asesores comunicacionales, se afanan en indicar que las desventuras del país se deben a factores externos e internos que no dejan que nuestro país se desarrolle y crezca generando bonanza y bienestar a la sociedad en su conjunto.

Desde 1879 hemos escuchado que la pobreza del país se debe a que somos un país mediterráneo, porque nuestro vecino de manera alevosa nos arrebató la salida soberana al Pacífico y nos condenó a ser pobres por no tener mar (factor externo). Todos los políticos han aprovechado el enclaustramiento geográfico, para enclaustrarnos mentalmente. No mirar que este país tiene una salida soberana al mar a través de la Hidrovia Paraná-Paraguay, donde tenemos seis kilómetros de costa sobre aguas internacionales que nos llevan directamente a las aguas del mar Atlántico, es un despropósito.

Otra de las causas externas, muy de moda estos últimos años, ha sido culpar al imperio de la pobreza de nuestro país. Que el imperio se apropió de nuestros recursos naturales y por ese motivo somos pobres, explotados y sin dignidad. Que el imperio y los imperialistas se han llevado todo el oro, los minerales, el petróleo, el gas y que hasta el oxígeno que producen nuestros bosques ha sido arrebatado y que, por nada más, vivimos en desgracia.

Otra muletilla, esta vez como factor interno, ha sido culpar a los anteriores gobiernos de despilfarrar y robarse el dinero de los bolivianos, aplicando medidas económicas dictadas por los organismos financieros internacionales. Ellos son los culpables de haber entregado a las multinacionales y a los corruptos de los anteriores gobiernos nuestros recursos y la soberanía de nuestra nación.

Es decir, la historia de este país está marcada por una suerte de ‘echarle la culpa a alguien’ y nadie, ni un solo político en función de Gobierno, se ha animado a dejar de usar estas excusas para encarar programas serios de desarrollo humano (nuestro peor déficit) de educación, de salud y especialmente de aliento a la investigación en las universidades, donde nacen y se desarrollan las nuevas tecnologías que llevan a los ciudadanos a superarse y a mejorar sus niveles de vida.

Durante mucho tiempo nuestros políticos han practicado la filosofía del fracaso, el dogma de la ignorancia y han ejercido con absoluta propiedad el fomento a la envidia. Lo único que hemos conseguido es la distribución igualitaria de la miseria. ¿Cómo? Echándole la culpa a alguien o a algo. Debemos exigir a todos los políticos ponerse a actuar de manera sensata y todos sin excepción hacer una pausa de por lo menos 10 años de no echarle la culpa a nadie de nuestras desgracias, cuando hagamos eso, creo que podremos construir una patria sin complejos ni taras mentales que mucho daño nos hacen.

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