Opinión

Demasiadas derrotas

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11 de febrero de 2019, 4:00 AM
11 de febrero de 2019, 4:00 AM

Respecto de la tragedia venezolana, el gobierno boliviano tiene una postura que se parece a lo que los porteños llaman el caso de “la gata de doña Flora”: traducido sería que esta gata grita porque le incluyan en un grupo y luego llora porque no quiere firmar el acuerdo.

El canciller boliviano, el del sombrero atornillado, se había negado a que la OEA apruebe una vía de salida para el desastre creado por el chavismo en Venezuela, y exigió que se reuniese un Grupo de Contacto que sea menos exigente.

La mayoría de la OEA terminó proponiendo que se realicen elecciones libres y correctas en Venezuela para reemplazar al gobierno de Maduro. Eso antes de que se diera la asunción formal del presidente de transición Juan Guaidó, nombrado por la Asamblea Nacional que fue desconocida por el dictador.

Pues el grupo especial se reunió en Montevideo pero el del sombrero dijo que no firmaba el documento. Una postura igual a la que tuvo el delegado mexicano: el gobierno de AMLO dijo que no puede aprobar nada que sea una injerencia en asuntos internos de otro país. ¿Entonces, para qué te metiste en el grupo si la reunión era para tratar el tema de Venezuela, güey?

Lo que le queda a la gata de doña Flora es esperar que se organice otro grupo, más restringido todavía que el de Montevideo, para conseguir que se aplauda los asesinatos de Nicolás Maduro, y le premien por haber pisoteado la constitución. Quizá tenga que hacer una alianza con la Nicaragua de Daniel Ortega. Y nadie más. Ni siquiera el papa Francisco está dispuesto a apoyarlos, siendo tan amigo de ellos.

Esta derrota, la de Montevideo, viene a los pocos días de la derrota que sufrió el MAS en las elecciones primarias, donde sus propios militantes le dijeron “no” a los candidatos, lo que expresaron con su abstención y con los votos en blanco y nulos.

No le va bien a este gobierno en sus iniciativas. Perdió en La Haya, con lo que sepultó la causa marítima para siempre y es probable que no lo resuelva al nombrar a una ciudadana chilena como presidenta del Senado. Es un gesto que el gobierno de Sebastián Piñera no ha de contabilizar para reabrir el caso boliviano.

Piñera quizá haya sentido vergüenza ajena con este episodio.

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