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27 de noviembre de 2018, 4:00 AM
27 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Qué duda cabe que leer nos transforma, nos da conocimiento y placer, nos hace pensar y sentir. Nos quita el sueño y, a la vez, nos hace soñar despiertos.

Pero nadie lee impunemente. La periodista argentina Leila Guerreiro lo llama ‘daños colaterales’. Aunque ella se refiere al arte de preguntar para contar historias. Al escuchar para transmitir, que es lo que hacemos los periodistas. Un acto que como leer y como amar es un encuentro.

Me es difícil conciliar el sueño si no tengo un libro entre las manos. Pero más de una vez me he quedado despierto, sin poder entregarme a los dulces brazos de Morfeo tan solo porque los demonios de lo leído se apoderan de mis pensamientos.

Está claro, hay que masticar las historias. Dar la bienvenida y luego la despedida (a veces es todo un duelo) a los personajes que nos acompañaron con sus venturas y desventuras. Si tenemos suerte, los encontraremos en otras entregas. Aunque no sé qué me produce más perturbación, saber que como en el caso de Millennium, del sueco Stieg Larsson, no se publicará nada que salga de la pluma del creador de Lisset Salander, ya que ese murió (si ya sé que el padre y el hermano del periodista sueco contrataron una pluma mercenaria para que escribiera el cuarto tomo, pero no es lo mismo, no puede ser lo mismo), o el hecho de que deberé esperar muchos meses para nuevamente reencontrarme con mi héroe. Es el caso de Charlie Parker, el detective de John Connolly, cuyas nuevas entregas son esperadas con desesperación y cuando llegan a mis manos dejo de leer todo para hincarle el diente.

Este, claro está, es solo un ejemplo aplicable a obras de Arturo Pérez Reverte, Leonardo Padura y varios más.

De Parker me gusta su mundo dividido, lo sobrenatural que lo ataca y lo protege, su alcoholismo de los primeros años, su universo desgarrado.

De Mario Conde, el detective del cubano Leonardo Padura, me encanta su manera de confrontar la realidad de su país, su fragilidad y esos argumentos que van hasta el corazón de las tinieblas que –Conrad lo sabía– anida en los seres humanos.

Pero, después del placer vienen los daños colaterales, porque dentro de mi cabeza se mezclan el gozo, el dolor y la pasión violenta de los personajes.

Dicen los clásicos del periodismo y de la literatura (primos hermanos incestuosos finalmente) que un reportaje, un cuento o una novela debe dejar pensando al lector. Y muchas, muchísimas veces me quedo pensando hasta que me duermo. Con frecuencia luego de la primera hora de sueño despierto de nuevo y busco más literatura para alejar a los fantasmas. Pero aun dormido, más de una vez, sigo dándole vueltas y vueltas a las historias y a los personajes; finalmente, todos ellos forman inventos que me han inventado.

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