Opinión

Cuando muere un dictador

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6 de mayo de 2018, 22:35 PM
6 de mayo de 2018, 22:35 PM

Cuando muere un dictador, también mueren las respuestas que estaba obligado a revelar sobre los crímenes cometidos cuando muchos años antes, en el sillón presidencial que conquistó a patadas y a balazos, se creía eterno y dueño del mundo.

Cuando un dictador muere, la muerte no redime al difunto como ocurre en otros casos, cuando la gente empieza a decir: “Era bueno el pobrecito”.

Cuando se va un dictador de la faz de la tierra, las víctimas de su tiranía siguen haciendo memoria  y los jóvenes se enteran que hubo un tiempo en que Bolivia fue gobernada por un militar  que a fuerza bruta impuso su ley como si el país fuera suyo; y que antes de él estuvieron otros que aplicaron la misma receta macabra matando a mucha gente y que no pagaron nunca sus pecados y que hasta se fueron como tiernos angelitos.

Para algunos de los ciudadanos que están vivos, las víctimas mortales de la dictadura eran todo y lo más preciado que tenían era la familia que no tiene un lugar para visitarlo porque no hay tumba ni velas a encender en un lugar preciso. Los cuerpos no se encontraron y quizás la madre ya murió, esa madre que desde el golpe -ese maldito golpe militar- vivió con los ojos moribundos, buscando siempre aquí, siempre allá, esperando a su hijo o a su esposo que aparezca con sus heridas y sus peores historias.

Cuando muere un dictador no repican las campanas y uno aprieta a la democracia contra el pecho, y el pecho late fuerte en homenaje a los hombres y mujeres que murieron cuando el dictador estaba vivo y no creía que la muere para él también existe.

Cuando muere un dictador vuelven a aparecer las fotografías que enlutaron a la vida. En las fotos hay un tanque de guerra y soldados apuntando, también hay civiles caminando por las veredas con las manos en la nuca, marchando como ovejas que van camino al matadero y paredes con las balas encendidas. ¿Qué será de esos rostros asustados?, ¿de aquel hombre de chompa a rayas al que esperaban en su casa con una tacita de té?, ¿cuántos de ellos nunca más volvieron y después mamá tuvo que decirle a los hijos que teme que hayan matado a papá?  Y ¿qué será de los soldados que encañonaron y mataron a nombre de la patria y del terror?

Cuando muere un dictador resucitan los fantasmas y truenan de nuevo las balas en los oídos de los que quedaron con secuelas, con dolores en el alma y también en la cabeza.

Cuando un dictador ya se ha ido retorna Domitila de Chungara para recordarnos que el mayor enemigo del pueblo es el miedo, y uno cree mirar a las esposas y a las hermanas, a los hijos y a los tíos espiar por esquinas irradiando una sonrisa para que el desaparecido encuentre el camino para por fin llegar a casa.

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