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6 de febrero de 2019, 4:00 AM
6 de febrero de 2019, 4:00 AM

Como una más de las disciplinas artísticas que el ser humano ejecuta con su imaginación y sus manos en la tierra, el cine no se desmarca de los criterios artísticos transversales –tanto de forma como de fondo– que signan el arte en general. Así, una película, no importa cuán moderna o cuán vieja, puede ser analizada con los insumos intelectuales que sirven para analizar una pintura o un poema de cualquier parte y cualquier tiempo.

En los últimos años, en provecho de la cultura nacional, se está dando una ola gigantesca de producción cinematográfica, o, para hablar más generalmente, de producción audiovisual, entre documentales, cortos informativos y películas. Esta producción inagotable y casi indiscriminada, por el mismo hecho de ser inagotable e indiscriminada, es también, como no podría ser de otro modo, heterogénea y diversa en cuanto a calidad de producción y de fondo se refiere. La abundancia siempre genera pluralidad cualitativa. Así, hay ciertas obras que pueden ser comparables con las mejores producciones, si no del hemisferio, sí con las mejores de la región, y, por otra parte, hay cosas que nunca deberían haber existido o que, por lo menos, jamás debieran haber aparecido proyectadas en la pantalla de un cine público. No lo digo por la moral ni por la ética del contenido mismo. La moralidad está al margen aquí. Sino por un criterio elemental de coherencia narrativa que tiene que tener, sí o sí, cualquier cosa que pretenda ser arte.

En las últimas semanas, he estado atento al mercado cinematográfico de Bolivia, y ahora puedo tener certeza de que, como en la literatura contemporánea, hay algunas obras que, a fuerza de innovación formal pero principalmente de fondo, abortan en extraños productos difíciles de comprender para aquellos que tienen en su mente bien establecidos ciertos cánones irrebatibles de orden narrativo y artístico.

En este sentido, quiero destacar la forma de la película Muralla, que conserva un orden formal indispensable para hacer comprensible la historia de cualquier obra de arte. Apela al relato lógico de una secuencia de acontecimientos. Porque todo arte tiene que tener y contar una historia. Muralla hace gala de una coherencia argumental que prescinde de todo simbolismo esotérico e incomprensible que últimamente se ha estado viendo. Es una cinta que, si bien su trasfondo gira en torno a los problemas modernos o contemporáneos, como la trata de personas por ejemplo, tiene una forma clásica de narrar. Y esto es muy importante y rescatable porque está relacionado con el saber hilar una historia bien construida y contada.

Hay, por otro lado, películas que pretenden romper todo orden secuencial de lo que es el relatar bien una historia. Y lo que hacen es apelar al simbolismo como forma de dar a entender algo que parecería ni siquiera estar muy claro para el director del filme. Son formas vanguardistas de tratar de hacer que la juventud se relacione con ellas, pero no lo logran.

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