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17 de mayo de 2018, 4:00 AM
17 de mayo de 2018, 4:00 AM

Si nos aferramos a la idea de que todavía vivimos en democracia, pues entonces los calendarios políticos nos dicen que el próximo año deberían haber elecciones generales. Y como ya se nos ha pasado casi mitad de este año, la cosa está a la vuelta de la esquina. Dentro de un añito estaremos en plena campaña electoral y eso, señores, en política es muy poco tiempo.

Los bolivianos, al contrario de lo que ocurre con el fútbol, para la política somos unos cracks y estamos afilando nuestros instintos para afrontar (otra vez) un episodio político determinante, como siempre al borde del abismo.

Son esos mismos potentes instintos políticos, los que nos han puesto en la perturbadora contradicción entre la certeza de que este Gobierno está de salida y la incertidumbre de que hoy no habría todavía nadie en el otro lado, con posibilidades reales de reemplazarlo.

Varias cosas pasaron en los últimos meses que explican ambas reacciones. Por un lado la imparable caída en picada de la aprobación y la intención de voto del Gobierno a partir de la confirmación oficial del desconocimiento e irrespeto del 21-F, y por otro, la decisión definitiva de Carlos Mesa de no ser candidato. Creo que todos, unos con entusiasmo y otros con resignación, estábamos medio convencidos de que Mesa, con los números que marcaba, sería no solamente el candidato, sino el hombre de la transición. La confirmación de que no lo será ha abierto nuevos rumbos, para bien o para mal.

Las últimas encuestas muestran que la predisposición y la búsqueda de la ciudadanía de nuevos liderazgos y de proyectos alternativos es enorme y que la gente seguirá buscando hasta encontrar lo deseado. Un arma antidisturbios de la Policia contra su hijo en plena movilización del 21-F, disparó la aparición de Waldo Albarracin con 10 puntos de intención de voto. 

Arrancar con 10 puntos no es chiste y no le ocurre a cualquiera. Con esta inclinación, la gente parece estar mandando la señal de que, si no es Mesa, el candidato debe tener un perfil con ciertos rasgos bien definidos; es decir, una persona urbana, de clase media, bien formada, sin relación con partidos, ligado a la defensa de los derechos ciudadanos y sobre todo valiente y decidido. Las encuestas son una buena noticia también para Rubén Costas, que con sus 14 puntos confirma que los demócratas son imprescindibles para cualquier coalición (en el entendido de que este será un juego de alianzas pre y pos electorales, pues nadie solito podrá lograr una mayoría políticamente sostenible).

No son buenas noticias para Doria Medina, no solamente porque vuelve a su eterna cifra de un dígito, sino porque se confirma que el perfil que busca la gente está muy alejado del suyo. Y tampoco son buenas para Lucho Revilla, que goza de unos nada despreciables 5 puntos, pero deja la impresión de no haber sabido ocupar el lugar dejado por Mesa, pese a tener un perfil que le permitía intentarlo.  

Las cosas nunca están garantizadas para un emergente como Albarracín, que si bien está demostrando que puede montar la ola con prudencia y determinación, tendrá que enfrentar los previsibles ataques del Gobierno y el desafío de convencer a la ciudadanía, no solamente de sus credenciales y atributos, sino de ser el correcto articulador del proyecto necesario para superar al MAS y a Morales.

Repito, este será un delicado juego de alianzas, en el pesarán muchos factores, más allá de la sigla y de la plata, que al final serán mucho menos determinantes de lo que hoy parecen.

En todo caso, la carrera promete estar llena de sorpresas. 

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