Opinión

¡Celulados!

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12 de enero de 2019, 21:04 PM
12 de enero de 2019, 21:04 PM

“El ciudadano de hoy llega a nuestro mostrador de despacho y, luego de 15 minutos, obtiene su cédula de identidad. Eso muestra la idoneidad de nuestro personal, que trabaja con afecto, competencia y responsabilidad”, decía la radio al difundir una entrevista.

Francamente no sabía de qué país estaba hablando, pero me enteré de que Servicio General de Identificación Personal (Segip) ¡es la tuti! El entrevistado no falseaba los hechos, porque es una belleza tener cédula de identidad el mismo día en que uno es atendido y ahí, como demostración de esmero y tecnología, te entregan tu carné, todavía caliente, recién salido del horno. Para eso, obviamente, la gente que trabaja en el lugar se muele el lomo ante tanta carga laboral.

Mi adorada suegra, que también escuchó la entrevista, me tiró su dentadura postiza acusándome de ‘plurinfiel’ a nivel de esposo y yerno, porque salí a las cinco de la mañana. Hice cola en las puertas, ¡qué puertas!, a cinco cuadras de las oficinas de dicha empresa para ‘celularizarme’ (esa es la palabra nueva que empleó el funcionario), pero empezó a llover. Felizmente estaba al lado de un albañil, que se hallaba con una carpa azul y pudimos guarecernos; tomé api con cuñapé mientras la tortuga del progreso caminaba por los charcos y luego me puse a leer de El túnel, de Ernesto Sábato, que lo sentí más divertido que Mary Poppins.

¿Saben por qué pasa eso? Dijo que es porque no cuidamos nuestro carné. ¡Lo extraviamos! Pero lo que no dijo es que los carteristas cosechan miles de billeteras y carteras todos los días. Nos roban y nos dejan sin identidad.

Los cacos tienen la culpa. Los ladrones de ayer eran honestos, porque robaban pero devolvían los documentos. Ya no hay forma de confiar en los pícaros hoy en día.

Como ocurre siempre en esferas oficiales, cuando hay una crítica comparan estadísticas de ayer con las de hoy. Obviamente, las instituciones crecen pero yo quiero ponerme el pantalón con el que me casé hace 30 años. Colapsa bajo la presión de mi tejido adiposo. Es lo mismo. El tormento que sufrimos madrugando, haciendo cola, recibiendo ficha, continúa. Para posar, poner nuestras huellas digitales, necesitamos 15 breves minutos, pero para tener nuestra identidad son angustiantes ocho horas de fila.

 

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