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8 de febrero de 2018, 4:00 AM
8 de febrero de 2018, 4:00 AM

Las tragedias generalmente llegan de golpe y sin avisar. Algunas que tienen su origen en la naturaleza se pueden prever y evitar si hay un buen sistema de alerta temprana. Es posible detectar, por ejemplo, riesgos cuando las crecidas de ríos amenazan asentamientos humanos. Es mucho más difícil, en cambio, hacerlo con los sismos. En Bolivia, lamentablemente, estamos otra vez en tiempos de desastres por las lluvias que enfurecen a los ríos. La catástrofe de Tiquipaya, Cochabamba, nos ha conmocionado por las pérdidas humanas. Una vez más, los más afectados son los más vulnerables. Murieron un niño de 12 años y un adulto mayor. Se busca también a personas desaparecidas, temiéndose lo peor. Una mazamorra que bajó por el río Taquiña arrasó a pobladores, vehículos y al menos dos decenas de casas. Hubo auxilio pero llegó algo tarde para algunos afectados. Hay solidaridad colectiva, que es la que siempre sobresale en nuestra gente buena.


 
La emergencia declarada por el Gobierno debe acelerar la movilización de auxilio a los damnificados en varias zonas. No solo basta el alerta de policías y bomberos, sino que las FFAA deben ponerse a disposición de la población, al borde del largo feriado carnavalero. Se necesitan rescatistas profesionales y maquinaria especializada. En paralelo no se deben escatimar recursos para atender a los afectados y garantizarles que no se quedarán abandonados en calles o carreteras.


 
El presidente pidió despolitizar los desastres y tiene razón. Sin embargo, el Gobierno debe pregonar con el ejemplo, evitando que sus figuras se roben las cámaras en los lugares de los desastres. La prioridad es la atención a las víctimas.

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