Opinión

Calentamiento global

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4 de enero de 2018, 4:00 AM
4 de enero de 2018, 4:00 AM

Se fue el 2017 dejando en el mundo recuerdos de catástrofes que nos costará olvidar. Recorrieron el norte americano unos huracanes nunca vistos, con ráfagas de viento de más de 300 kilómetros por hora. No resistieron ni postes, ni casas, ni árboles. Pasada la tormenta, todo era muerte. Pampas en las que no quedaba en pie ni rastro de la vida que las había habitado. Más aquí, en nuestro Altiplano está seco y cuarteado lo que por miles de años había sido el fondo del lago Poopó. Poco más allá, a Chacaltaya se le derritió su poncho perpetuo de nieve.

Tierras fértiles se convierten en desierto y hay que trasladar ciudades de millones porque el agua se les ha alejado varios cientos de kilómetros.
Aparte de las realidades del universo que no podemos controlar, los hombres alteramos el clima. Solo tres ejemplos. Hemos producido toneladas y toneladas de gases que han cambiado la atmósfera terrestre. Ahora las capas atmosféricas ya no impiden el paso a los rayos solares. Hemos destruido nuestro filtro protector. Hemos destruido inmensos bosques que absorbían la energía solar para crear vida, ya no transforman el CO2, ya no condensan la humedad, ya no atraen las lluvias. Por último, nosotros producimos y enviamos al ambiente cantidades cada día mayores de energía que derrite los glaciares, calienta los mares, la tierra y el aire.

Costó un triunfo convencer a todos de luchar unidos. Al principio eran cuatro los quijotes que defendían impotentes al mundo, mientras millones lo matábamos sin compasión. Fueron los desastres los que asustaron a la mayoría cuando ya habíamos perdido demasiadas batallas. Lograron lo que no pudo la inteligencia. Pasaron décadas hasta que por primera vez todos los países del mundo firmaron la paz con la naturaleza. Pero no duró. Demasiado pronto se levantó la bestia que lo niega, que se retira, que no está dispuesta a cumplir su parte de respeto, de cordura, de cuidados. Prefiere matar el mundo que habitarán nuestros nietos, antes que perder sus ganancias o las de sus amigos. Otros no dicen nada. Callan y disimulan, pero siguen el mismo camino. Nuestros gobernantes, hijos de la Pacha Mama, continúan matando los bosques y llenando de coca la tierra. Destruyen de un manotazo lo logrado con sangre. Son ciegos. No aceptan que se limite su libertad de talar, de matar de destruir. La ambición egoísta y salvaje, es la única razón para poner en riesgo a la humanidad.

Nos queda un largo camino de convivir con el drama, de compartir inquietudes y de enamorar al mundo. Hay que ponerle pasión, pero, hasta que llegue a ser verdad y obligación absoluta, irrebatible, lo urgente es hacerlo, no a punta de corazonadas, sino con la más clara inteligencia, porque las razones tienen que  ser profundamente científicas.

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