Opinión

Año del prefraude

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31 de diciembre de 2018, 4:00 AM
31 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Cuando comenzaba 2018, el Movimiento Al Socialismo (MAS) había decidido desconocer el resultado del referéndum del 21-F y repostular al jefe cocalero saltándose por encima también de las desalentadoras encuestas que le pronosticaban solo el 27 por ciento de los votos.

Quizá el criterio predominante estaba basado en un fuerte optimismo sobre la posibilidad de remontar las cifras y llegar al 70 por ciento. Curioso momento este, en que las empresas chinas traen trabajadores esclavos desde su país para cumplir los jugosos contratos del Gobierno. Estas fuerzas esclavizadas de países situados en las antípodas no se encuentran porque los esclavos chinos trabajan en alejadas áreas rurales y los esclavos bolivianos deben presentarse en coliseos construidos con jugosos sobreprecios en las ciudades.

En enero de 2018 el cálculo de pasar del 27 al 70 por ciento formaba parte de una estrategia que no consistía solamente en conquistar nuevos votantes, sino en ordenar al Tribunal Supremo Electoral la aplicación de medidas oportunas que vayan haciendo cuesta arriba las posibilidades de la oposición. Y dejando, como penúltimo recurso, la posibilidad de inhabilitar al candidato opositor que figurase primero en las encuestas. El último recurso, por supuesto, sería la anulación de las elecciones.

Son designios que ni siquiera vienen de las devastadas La Habana o Caracas, la primera devastada por el socialismo del siglo XX y la segunda por el socialismo del siglo XXI. Son designios de una poderosa transnacional cuya capital aún no ha sido fijada.

La treta de fijar elecciones primarias para partidos que no tienen más que un candidato, solo con el propósito de provocar que los nombres de los rivales aparezcan con excesiva anticipación, ha sido sugerida por esos asesores. Una treta ayuda también a disimular las malas noticias que produce la economía, noticias que serían suficiente argumento para quienes proponen sacar al MAS del Gobierno.

Pero en una campaña, como en una guerra, la primera víctima es la verdad. Y el Gobierno ha decidido mentir incluso en el presupuesto para 2019, fijando un déficit fiscal (el séptimo consecutivo) menor al de 2018, solo para impresionar a quienes creen sus embustes, como surge de los datos expuestos por Gabriel Espinoza, según los cuales el déficit del año electoral será, cuando se disipen las nubes que cubren las cifras, muy superior al mencionado por los operadores de la campaña del cocalero.

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