Opinión

Amenazas que se dejan pasar

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16 de enero de 2019, 4:00 AM
16 de enero de 2019, 4:00 AM

Es prácticamente una costumbre en Bolivia que muchos políticos digan y después se desdigan o, lo que es peor aún, acusen al periodismo de haber magnificado sus grandes errores provocados por la incontinencia verbal. Acaba de ocurrir, como era previsible, con el caso del alcalde de Colomi, Demetrio Pinto, que el domingo pasado prometió delante del presidente Morales que “enterrarán vivos” a los opositores que entren a hacer campaña en su municipio.

Frente a la avalancha de críticas, la autoridad municipal se ha visto obligada a cambiar de manera casi infantil su versión original y ha aclarado que solo usó una “metáfora”. Además, ha explicado que le faltó completar su idea con una palabra, ya que quiso decir que “enterrarán vivos con el voto” a los opositores. Entre otras cosas, responsabilizó al periodismo de encender la hoguera al agrandar su amenaza. En realidad, en vez de tranquilizarnos, su nueva intervención agranda nuestra preocupación, ya que carece de autocrítica y, lo que es peor, desnuda la penosa arrogancia y la confusión de un alcalde, todo por el empeño ciego en agradar a su máximo líder, que debió en el mismo momento del arrebato verbal frenar en seco esta actitud beligerante e intolerante.

No ocurrió nada de eso. Tampoco otros líderes del MAS han rectificado el error de su compañero alcalde ni lo han reencaminado por el sendero democrático. Ni qué decir de los vocales del Tribunal Supremo Electoral, que hasta el mediodía de ayer no habían dicho ni una palabra sobre este peligroso desborde verbal que invoca a impedir la libre expresión y la libre circulación de los ciudadanos que piensan distinto al Gobierno. Cualquier acto que limite el ejercicio de los derechos políticos no solo daña la norma electoral y la Constitución, sino que hiere la democracia.

Como otras veces, es posible que esta polémica advertencia, a la que el protagonista define como “metáfora” para suavizar su error, sea asumida una vez más por los que están en el poder como una inocente anécdota política que no vale la pena considerar. Probablemente tampoco habrá ni siquiera una amonestación o una recomendación de las autoridades, para las que convivir con los violentos parece ser ya una realidad asumida como normal en un país marcado por el dejar hacer y el dejar pasar.

En boca de un alcalde, estas palabras siempre tienen más influencia y consecuencias delicadas que en boca de un ciudadano sin investidura. Véase el posible contagio con la declaración de los Ponchos Rojos de Omasuyos que también adelantaron que no dejarán hacer campaña en las primarias ni a los oficialistas ni a los opositores.

Antes de que el Estado y las instituciones cedan el control a los violentos o a los anarquistas, es necesaria una señal contundente de principio de autoridad y de legalidad. De lo contrario, seguirá el avance incontenible de la peligrosa descomposición de la convivencia ciudadana y de la democracia.

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