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19 de diciembre de 2018, 4:00 AM
19 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Quienes nunca han perdido a un ser amado tal vez no alcancen aún a comprender el profundo dolor de la ausencia irreversible. Pero aquellos a quienes la parca del destino les arrebató esa presencia, muchas veces silenciosa otras tantas bullanguera, que llenaba de alegría y de gratos momentos nuestra vida podrán identificarse con la soledad insostenible que padecemos cuando, quien era testigo de nuestra existencia, ha partido para nunca más volver.

Cada rincón, cada espacio vacío, arranca del corazón gemidos desesperados de angustia y dolor que nos hacen desear con vehemencia retornar al pasado para, aunque sea por unos segundos, recuperar los instantes cuando estábamos juntos. Su recuerdo se agiganta, se expande en las paredes, en el aire, en el cielo, en el infinito… y preguntamos al viento, al anochecer, al atardecer, cuando amanece y al mismo Padre: ¿Por qué no disfrutamos más a su lado? ¿Por qué no le brindamos más amor, caricias, abrazos, palabras dulces y besos? Si no tenemos una respuesta que nos consuele, podremos vivir siempre con melancolía el resto de nuestras vidas por la tristeza de tantas cosas que nunca fueron dichas.

De rodillas, postrado ante mi Dios, pedí en oración desesperada una respuesta a mi Creador, quien susurrando a mis oídos me arrulló en sus brazos, enjugó mis lágrimas y me dijo: “No ha partido, está aquí a tu lado, siéntelo y desliza tus manos suavemente por la piel de quien tuvo un paso que te parece efímero en tu vida”. Pero ciego ante mis ojos, sordo ante mis oídos, insensible a mis sentidos me niego a escucharlo. Yo no quiero presencias imaginarias, no quiero sonidos de alucinación, quiero a ese amigo amado que tú me arrebataste cuando yo más confiaba en ti y te imploraba que no te lo llevaras. ¿Cuál es pues el propósito de la muerte prematura de ese ser sin maldad alguna? Yo quiero que lloren mi muerte, no quiero llorar la muerte de los que amo.

Nuevamente ese dulce susurro me responde: “Aún las existencias más fugaces tienen un propósito en la vida de toda criatura, si consigues entender el propósito de Dios en la Creación. Es solamente en la intensidad de la muerte que el género humano consigue comprender la profunda necesidad que tiene de dar amor, de desbordar cariño, de desplegar ternuras y mimos; pero siempre andan muy ocupados en asuntos intrascendentes y esperan todos los días un nuevo amanecer para dar lo mejor de sí mañana, olvidando que no hay mañana para amar, para desear el bien y para sonreír, porque mañana ya es muy tarde”.

“¿Qué sentido tendría tu vida sin el contraste de la muerte? ¿Qué sentido tendría la alegría si no existiera la tristeza? ¿Qué sentido tendría el placer si no existiera el dolor? ¿Qué sentido tendría la presencia si no existiera la ausencia? ¿Qué sentido tendría el regreso si no existiera la partida? Mira a tu alrededor y observa a quienes tienes aún a tu lado: tu cónyuge, tus hijos, tus padres, tus hermanos, tus amigos, tus parientes, tus conocidos. Busca desbordar en ellos las caricias que no repartiste, los abrazos que nunca diste, las sonrisas que olvidaste, las limosnas que alguna vez mezquinaste, las manos que no estrechaste, la voz amable que no prodigaste”.

Gracias Señor por tu mensaje y por la vida de Simón, hoy quiero abrazarlo nuevamente, percibirlo, escucharlo y sentirlo todos los días en mi pareja, en mis hijos, en mis familiares, en mis amigos y conocidos. Nos volveremos a encontrar. Hoy, ya no le quiero decir adiós, sino hasta la vista.

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