Opinión

Adiós, don Sergio Antelo

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25 de junio de 2018, 4:00 AM
25 de junio de 2018, 4:00 AM

El día que murió el arquitecto Sergio Antelo Gutiérrez él tenía que haber estado contestando las preguntas que le había enviado días antes para publicarlas en    EL DEBER. La entrevista la habíamos planificado con ayuda de su hija Bruna. Iba a ser un encuentro en torno a su último libro: 1877, Rebelión en las sombras, que acababa de publicar con la editorial El País. Una obra de 426 páginas con unos 3.000 artículos de su autoría que salieron a la luz en un periodo de seis años en páginas de internet y que él recuperó para reunirlos en un libro, a fin de que su pensamiento combata al “peso implacable de las sombras y el olvido”. 

Días antes le había enviado 18 preguntas, un cuestionario que arrancaba tirando del hilo de su libro cuyo título hace referencia al año de la muerte de don Andrés Ibáñez, líder de la Revolución Federal y que creó por muy poco tiempo un gobierno autónomo de carácter federal en Santa Cruz que terminó pagando con su vida tras ser fusilado el 1 de mayo de 1877.

Bruna ya me había hecho saber que su padre estaba delicado de salud, pero, con la esperanza mayor de que pronto iba a pasar esa nube negra, y que a partir del fin de semana don Sergio se iba a poner manos a la obra, para que el país supiera de su propia voz con qué textos se encontraría el lector cuando se metiera en las páginas de su nueva obra y cómo evalúa a la política, a la democracia, a la labor de las autoridades municipales, de la Gobernación y del país, y que nos hablara de sus proyectos intelectuales en mente. Pero la muerte asomó con su habitual silencio y no quiso que este cruceño nos regale el análisis de su mente lúcida con la que sabía dibujar un país en constante construcción y destrucción.

Lo conocí en su casa abrazada por árboles de selva tropical. Ahora lo recuerdo acostado en su hamaca hablando con esa voz gruesa y bien camba que tenía. Ahí nos reunimos para salir juntos hasta las puertas del parque Amboró colindante con Samaipata. Don Sergio estaba enterado de que los ‘piratas’ de la madera y los avasalladores ya habían atacado el corazón de esa riqueza natural y que estaban dentro del monte haciendo de las suyas, deforestando como termitas, robándole la casa al chancho tropero, al mono nocturno, a la urina y a los pájaros cantores.

De eso ya hace muchos años y lo recuerdo porque el campanazo que dio don Sergio sirvió para que se pudiera escribir un reportaje desde las entrañas del problema, para meterme monte adentro y encontrar in fraganti a hombres extraños destrozando el Amboró, que cuando nos vieron soltaron a sus perros vigilantes que casi nos destrozan los talones. 

Todo eso lo recuerdo como se recuerdan los momentos emblemáticos en la vida, con la misma emoción con que se disfruta de un libro o se preparan las preguntas para entrevistar a un hombre que tenía mucho por decir, para que su palabra y su obra nunca se fueran de este mundo. 

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