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17 de mayo de 2018, 4:00 AM
17 de mayo de 2018, 4:00 AM

El acoso escolar es el ultraje  premeditado y prolongado  contra  un estudiante. El objetivo es someterlo y asustarlo mediante el comportamiento cruel  de algunos compañeros.

Con la idea de aportar a su comprensión, nos permitimos proponer dos hipótesis en la génesis del problema:

Hipótesis 1: La víctima tiene baja tolerancia a la frustración, que es un sentimiento de insatisfacción de un deseo, motivado por un impedimento que existe en el ambiente o en sí mismo. Las cosas no salen como uno quisiera que salgan.

La víctima quiere disfrutar de sus interacciones sociales en el colegio (deseo), pero se ve hostigada agresivamente por algunos compañeros (impedimento), surgiendo el sentimiento de insatisfacción.  El problema ahora está en la reacción emocional de la víctima. La respuesta se llama  tolerancia a la frustración y significa la capacidad y la forma de manejar esa frustración.

Si es muy baja su tolerancia a la frustración, el alumno acosado será hipersensible hacia toda circunstancia desagradable.  Se verá a sí mismo como víctima; experimentará sentimientos de ansiedad, tristeza, resentimiento  y enfado, culpando a otros o a la mala suerte  de lo que le pasa.
Tal vez los padres le dieron una vida fácil y placentera en su niñez, satisfaciendo sus deseos y caprichos. La incapacidad para solucionar sus problemas hace que el sobreprotegido hijito se crea merecedor de todo lo que anhela, manipulando  la conducta de sus padres con  gritos y enfados. Un criterio pedagógico sería: no hay que educar en la frustración, pero hay que educar para la frustración.

Hipótesis 2: El agresor tiene  necesidad de poder antisocial. La necesidad de poder es la tendencia humana de dominar y ser superior. Esta necesidad se origina en el sentimiento de inferioridad que vivencia el niño al verse más débil que los adultos, deseando ser mayor para adquirir poder.

Si lleva a la sana competencia, la necesidad es normal. Si se orienta a la destrucción agresiva, será antisocial.

El poder es agradable y el acosador escolar experimenta satisfacción al hostigar a su víctima, sintiéndose superior momentáneamente. Este sentimiento se prolongará al ganar fama y respeto de sus compañeros, traduciéndose en complicidad ante el temor de que el acoso se vuelque contra ellos. Este afán de poder se desarrolla con el aprendizaje; por tanto, la familia y la escuela tienen la respuesta.

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