Opinión

A su querencia sabe volver

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17 de noviembre de 2017, 4:00 AM
17 de noviembre de 2017, 4:00 AM

Alcides Parejas alguna vez escribió: “Si don Nicolás Menacho Tarabillo solo hubiera creado El trasnochador, un taquirari en el que pone música a la bella letra de Raúl Otero Reiche, habría sido suficiente para entrar en la inmortalidad”. El profesor -un músico de raza- fue un prolífico compositor de más de un centenar de canciones que forman ahora parte del patrimonio cultural cruceño, y su cuantioso legado musical ya es eterno.

En todas las familias hay siempre historias que se cuentan repetidas veces, y uno de tanto escucharlas termina sintiéndose parte de ellas. Este es el caso de las reuniones dominicales que se hacían en la casa quinta de mis suegros, en el kilómetro 2 al Norte, frente a un ingenio arrocero en la década de los 60. Don Berislav Radosevic y su esposa, Mercedes Gianella Menacho (hija de Mercedes Menacho Tarabillo, hermana de don Nicolás), eran los amables anfitriones de todo el grupo familiar que llegaba temprano el domingo y se retiraba al anochecer.  Junto a un cordero al palo o una guatía, y más tarde con las delicias que salían de un horno de barro, Nicolás, guitarra en mano, acompañaba el canto de sus hijas o de las dos Mercedes, o de alguno de los presentes, mientras la trulla de hijos y sobrinos correteaban bajo la sombra de los árboles, sacaban agua de la noria o se refrescaban en la piscina. De esas tertulias y guitarreadas con este eximio músico -que probaba sus composiciones en la intimidad familiar- todavía quedan algunas grabaciones en cinta que don Beris -un croata sensible- conservó como verdaderos tesoros. A principios de los 70, los Radosevic emigran a la Argentina, y a su retorno la “amable ciudad vieja”, ya no era la misma.  

El vertiginoso crecimiento, junto a la masiva migración, fue cambiando los usos y costumbres pueblerinos. Sin embargo, a nivel musical, gracias al trabajo de una pléyade de músicos y letristas, que estuvieron en el momento justo, como Nicolás Menacho, Godofredo Núñez, José René Moreno, Susano Azogue, Percy Ávila, Raúl Otero, Hernando Sanabria, Luis Darío Vázquez, Óscar Barbery J., Pedro Rivero, entre otros, el acervo sonoro del oriente boliviano no solo creció, evolucionó, sino que floreció de una manera particular. A todos ellos se les debe ese rasgo de identidad, expresado en un taquirari o en un carnaval que refleja como ninguna otra expresión artística el carácter de los habitantes de los llanos.
Quizás, la declaración de prensa, en la que el profesor Menacho revela detalles de su proceso creativo, permita entender la fortaleza y consistente raíz identitaria de una generación de cruceños que sufrió el embate de los acelerados cambios de su entorno. Al recordar la arbolada finca de sus padres -próxima al río Piraí-, donde nació y creció, Menacho confiesa que esas imágenes de infancia las plasmó en sus primeras composiciones: “El taquirari El carretero tiene su origen en la observación de los carretones que cruzaban el río. En la figura del hombre de campo que llegaba con su carga a cuestas para vender sus productos al pueblo, junto con todos sus sueños”.  De esa bella postal natural, se nutre su fecunda inspiración, que compartía primero, en una íntima audiencia familiar: “…por el camino se va el carretón, cargado de mil ensueños de amor, reflejos de la ilusión. El carretero tiene un querer, y a su querencia sabe volver…”.

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