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20 de enero de 2019, 13:00 PM
20 de enero de 2019, 13:00 PM

Vuelto a mi trinchera dominguera con la esperanza cargada de muchas ideas y dispuesto a dar la batalla por la libertad y la democracia. Nos espera un año repleto de incertidumbre política por las elecciones de octubre, en especial si la ilegal candidatura del oficialismo insiste en tirar por la borda la voluntad popular de 2,7 millones de personas que dijeron un No rotundo a la reelección.

En términos económicos será un año similar a 2018 aunque algunos resultados podrían ser contaminados por la vorágine electoral. Aunque se resiste a reconocerlo, el Gobierno ha perdido legitimidad y apoyo social por muchos errores políticos cometidos, por la prepotencia con que impone ciertas políticas públicas, por varios hechos de corrupción no esclarecidos, por el natural desgaste después de 13 años de gestión, pero sobre todo, por el intento de desplegar sus alas autoritarias. No es exagerado decir que el Gobierno está arrinconado en su núcleo duro resguardado por la guardia pretoriana de los cocaleros del Chapare. Entre los pocos tanques de oxígeno político que le quedan al Gobierno, sin duda, están ciertos resultados económicos, como por ejemplo, el desempeño del PIB.

En este contexto es fácil concluir que la principal bandera electoral de la ilegal candidatura será la venta del éxito del nacional desarrollismo, o en su versión religiosa, el evoeconomics, doctrina axiológica que polariza la sociedad entre los buenos e inmaculados compañeros vs. los malos neoliberales y vendepatrias. La verdad revolucionaria que nos llevará al reino de luz populista vs. la ponzoña, la cruel mentira de la derecha que busca devolvernos a los sótanos de la historia. En la actual narrativa ideológica se ofrece a los fieles la salvación eterna a través de un feroz consumismo capitalista e informal, coquetamente rebautizada como proceso de cambio. Para nuestros neorrevolucionarios, en Bolivia, Marx escribe recto sobre renglones torcidos. En realidad el capitalismo de camarilla creado en torno a las empresas estatales, el extractivismo depredador del medioambiente y el crecimiento exponencial de la burguesía comercial son la antesala del socialismo local.

El evoeconomics se basa en la inversión pública y la industrialización de los recursos naturales, en ambos casos mirando por el retrovisor de la historia pero poniendo cara de quien ve el futuro. Propone subir la escalera del desarrollo, generando valor a las materias primas. Es la vieja narrativa: el mineral se convierte en un lingote; después se producen clavos, posteriormente se hacen calaminas y, en algún momento del horizonte del proceso de cambio, se llega al automóvil nacional. En el mismo camino, el gas se vuelve polietileno. En suma, es hacer la revolución industrial inglesa con 200 años de atraso. Para la nueva religión, desarrollo económico son grandes obras, monumentos al cemento, es sóviets más electrificación, caminos sin destino de desarrollo, represas que matan el medioambiente, teleféricos que cuestan decenas de hospitales, satélites ciegos, museos al ego, pretenciosos y fálicos edificios. En la cúspide del altar del nuevo culto está el gran fetiche, el falo del desarrollo: el PIB, frente al cual todos los devotos de la virgen del puño izquierdo en alto, los fieles sacerdotes del horizonte de los santos de los últimos días del capitalismo y otros exegetas de la revolución deliran ante las subidas de la cifra encantada. Inclusive, la religión neoliberal impulsada por el FMI se postra frente a este resultado.

La Pibiofilia extractivista insiste que desarrollo económico es solo el crecimiento de esta variable y se deleita frente a los espejo de rankings internacionales: !Oh, la economía que más crece en América Latina! El narcinacionalismo estadístico se golpea el pecho. El modelo nacional desarrollista es el fin de la historia y tiene un solo conductor, el mesias Morales. Amén.

Obviamente es un sacrilegio sugerir que el ídolo PIB puede que tenga pies de barro. Es una blasfemia alertar sobre los peligros de un déficit público que persiste por cinco años consecutivos y de manera creciente (más del 7% del PIB). Una profanación señalar que el milagro económico se basa en el incremento de deuda externa e interna que ya sobrepasa el 50% del PIB. Una herejía advertir sobre el daño que provoca a las exportaciones no tradicionales la apreciación del tipo de cambio real. Una afrenta señalar que para sostener esta fiesta del consumo, nos gastamos más de $us 6.000 millones de las reservas internacionales. Un ateísmo asqueroso denunciar la falta de políticas de salud y educación. Una anatema imperdonable sostener que en 13 años el Gobierno confundió, con predeterminación y alevosía, gordura de consumo y riqueza con desarrollo integral. Y una execración denunciar que se gastó más de 60.000 millones de dólares para, de manera muy talentosa, caminar en círculos sobre el modelo primario exportador.

La rererelección ilegal busca congelar el mundo de las ideas, endiosar el PIB, poner fin a la historia, crear un nuevo oscurantismo ideológico y religioso. Pero el año que comienza es una gran oportunidad para soltarse del yugo populista, de sembrar nuevas ideas para encarar el futuro. Desde aquí seguiremos demostrando que crecimiento del PIB no es igual a desarrollo social integral y sostenible, que los caminos para llegar a este son múltiples, diversos, alegres y coloridos. Bienvenidos al 2019, el año de la liberación.

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