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15 de junio de 2019, 4:00 AM
15 de junio de 2019, 4:00 AM

Una brújula. Un objeto tan fascinante y singular fue la inspiración de Albert Einstein para profundizar en las arenas del saber y generar explicaciones sobre el funcionamiento del mundo, al punto de ser reconocido como uno de los principales científicos de la historia.

Sin embargo, ese reconocimiento no habría sido posible sin la ayuda de un hombre que creyó en él y en sus teorías, Arthur Stanley Eddington. Einstein tenía las ideas, pero Eddington las mostró al mundo. Juntos protagonizaron la gran revolución científica del siglo XX.

¿Cómo incidió este episodio en la historia universal?

Más allá de la indiscutible relevancia para el desarrollo de la ciencia, este acontecimiento supuso una valiosa lección sobre cómo el conocimiento permite superar las diferencias de origen, de credo y de visiones políticas para reconocer al otro.

En 1915, Einstein concluyó la Teoría de la Relatividad. No obstante, un año antes, otro suceso marcaría la historia: el inicio de la Primera Guerra Mundial. Al concluir esta última en 1918, Europa se había transformado. Los nacionalismos se habían pronunciado. Países como el Reino Unido representaban esa tendencia. Incorporar ideas foráneas no era una práctica muy aceptada, más aún si estas procedían de Alemania.

No obstante, cuando Sir Eddington recibió una carta de los Países Bajos con las ideas de Einstein, quiso hacerlas públicas. El primero era británico y cuáquero; el segundo, alemán y socialista (una característica que lo mantenía vigilado por su propio Gobierno). Pero ambos eran pacifistas y “creían que la ciencia debería trascender las divisiones provocadas por la guerra”, apunta Mattew Stanley en una nota de la BBC.

Así, en mayo de 1919, se logró que un equipo inglés iniciara una serie de pruebas para verificar los postulados de Einstein, aunque este aún no estaba enterado. Al paso de unos meses, el resultado fue positivo. El Times tituló este evento como “Revolución en la ciencia”.

No solo se habían interpelado postulados de la Física, sino que la ciencia había probado su virtud de generar acercamiento y de traspasar fronteras. Eddington se convertía así en un ejemplar visionario de la ciencia y de la humanidad, poniendo en práctica lo que un teórico búlgaro diría, casi un siglo después de este acontecimiento: “ya no podemos ignorar la existencia de los otros alrededor nuestro (…) El extranjero es un bien precioso. Nos permite comprendernos mejor a nosotros mismos” (Todorov, 2008).

En un contexto como el actual, protagonizado por Trump, el Brexit, Bolsonaro, Maduro y la creciente polarización social, considero fundamental recordar la revolución de Einstein y Eddington. Y, quizás, encontrar en el otro una fuente de inspiración… como si fuera nuestra brújula.

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