A pocas de días del inicio del Mundial, el líder ruso recobra fuerza gracias a la división en Occidente, el éxito en Siria, la subida del crudo y mejores relaciones internacionales

El Deber logo
12 de junio de 2018, 8:25 AM
12 de junio de 2018, 8:25 AM

El presidente ruso, Vladímir Putin, aparece radiante, prometiendo hospitalidad a deportistas, hinchas y turistas, y fortalecido en la escena internacional. Sus oponentes occidentales, con su inconsecuencia y sus trifulcas internas, han hecho mucho para mejorar la imagen del líder ruso, quién gracias sobre todo al presidente estadounidense, Donald Trump, ha sido el auténtico triunfador a distancia de la última cumbre del G7 en Canadá.

En 1997, el club de los países más ricos se amplió con la incorporación de Rusia y se convirtió en el G8. En 2014, los socios en aquel foro de élite expulsaron a Putin por la anexión de Crimea y su intervención en el Este de Ucrania. Omitiendo las razones de su ausencia, en la cumbre anual del G7 en Canadá, Trump invitó al ruso a retornar al club y dijo que resultaba inconcebible reunirse a hablar sobre los asuntos del mundo sin la participación de Rusia.

Actuando como principal abanderada de la memoria histórica europea en el G7, Angela Merkel recordó a Trump que las razones por las que Rusia fue excluida aún subsisten. Sin embargo, en cuatro años el conflicto en Ucrania se ha relativizado en el entorno mediático internacional. A eclipsar el problema ucraniano contribuyó la llegada de Trump a la Casa Blanca y las prioridades e impulsos a golpe de tuit que caracterizan desde entonces la política norteamericana. También ha contribuido la implicación de Rusia en nuevos y más sangrientos frentes bélicos como Siria, la desafortunada política de Kiev en relación a sus territorios conflictivos, la crisis económica y la corrupción.

En los planteamientos favorables a revisar las relaciones con Moscú se combinan diversos factores, desde el incremento de los precios del crudo que favorecen a Rusia a la capacidad de Putin de resistir y mantener su línea pese al efecto negativo de las sanciones sobre su economía y el peso de Rusia como potencia militar. En el otro platillo de la balanza, en contra de una revisión de la política occidental ante Moscú, está la militarización y el nacionalismo en auge en Rusia y el valor atribuido al caso de Ucrania como precedente y un “aviso para navegantes” para otros países que Rusia considera parte de su esfera de influencia. A esto se ha sumado la sospecha en Washington y otras capitales de que Moscú se inmiscuye en su política interna y en los procesos electorales.

Putin no ha hecho concesiones en relación a Ucrania, si se exceptúa el cese de la fase bélica del conflicto en el Este. El líder apoya a los secesionistas prorusos del Este como un instrumento de presión sobre Kiev y, en lo que se refiere a Crimea, no quiere volver la vista atrás ni siquiera para pagar la factura de la anexión a Kiev (por lo menos por ahora). Aunque pertenece a Ucrania desde el punto de vista del derecho internacional, Crimea está cada vez más integrada de hecho a Rusia a la ha sido unida gracias a un costoso puente. Desde mediados de mayo, decenas de miles de coches cruzan el estrecho de Kerch, entre la región de Krasnodar y Crimea, por esta obra de ingeniería construida en un tiempo récord.

Los llamamientos de la oposición liberal rusa a boicotear el Mundial como respuesta a la anexión, han fracasado como fracasaron también las exhortaciones a boicotear los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi en febrero de 2014. Ucrania no está en la posición de boicotear nada, porque no llegó a clasificarse para el mundial.

El pragmático empresariado europeo lleva años presionado a sus gobiernos en contra de las sanciones. Sus argumentos se han reforzado sobre el telón de fondo de la política de proteccionismo comercial emprendida por Trump, que amenaza con fragmentar la G7 y hacerlo virar hacia un "G6 más 1”. Putin no ha desperdiciado la ocasión de hacer propaganda de los mercados euroasiáticos desde China, donde realizó una visita de Estado y participó después en una cumbre de jefes de Estado de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCSH) en Tsindao, que coincidió prácticamente con la cumbre del G7 en Canadá.

Contestando a preguntas de periodistas rusos sobre la oferta de retorno al G7, Putin evitó expresar sarcasmo o venganza. “Nosotros no nos marchamos. Los colegas en su momento se negaron a venir a Rusia por las causas conocidas. Por favor, estaremos muy contentos de verlos a todos con nosotros en Moscú”, dijo con elegancia. Anteriormente, portavoces oficiales habían asegurado que Rusia ya no tenía interés en el G8 y que sus prioridades estaban en estructuras como la OCSH y otros foros de países postsoviético o de Estados emergentes como los BRICS y también el G20, más representativo de la globalidad que el club de los siete. Putin comparó el G7 y la OCSH y dijo que por su capacidad adquisitiva la segunda organización ya ha superado a la primera. En los cálculos per cápita, la G7 es más rica, pero el volumen económico de los países de la OCSH es mayor, explicó el líder ruso. Más de la mitad de la población del planeta está en países integrados en la OCSH, subrayó.

Putin lanzó un cable a Trump en su discusión con el jefe de gobierno canadiense Justine Trudeau. Mencionando la asociación de países postsoviéticos más integrados entre sí, la Unión Económica Euroasiática, de la que son socios Rusia, Bielorrusia, Kirguizistán, Kazajistán y Armenia, Putin afirmó: "Entre nosotros también surgen discusiones y también no todos firman todo enseguida. Creo que es una práctica habitual y que tenemos que aceptarlo de forma tranquila y sin ironía”.

El líder ruso confirmó de nuevo su interés en una reunión personal con Trump, a quien elogió como una persona “reflexiva que sabe escuchar”, y aseguró que estaba dispuesto a acudir a una cumbre “inmediatamente” en cuanto la parte norteamericana estuviera preparada para ello.

En China, Pekin y Moscú han confirmado su disposición a “respetar las reglas del comercio mundial elaboradas en el mundo y aceptadas por todos”, dijo Putin, quien refiriéndose al “terreno resbaladizo” de la solidaridad occidental en el caso del ex agente ruso Serguéi Skripal, exhortó a los miembros del G7 a dejar la “charlatanería creativa” y pasar a “la cooperación real”. Ejemplo de esta cooperación es sin duda la que mantienen los líderes de Rusia y China que, además de comer juntos embutido regado con vodka en el cumpleaños del primero, se han condecorado mutuamente; el año pasado el ruso al chino con la orden del apóstol Andréi el primer llamado, y este año, el chino al ruso con una nueva orden de la amistad. (El País)