El médico congoleño Denis Mukwege atendió a miles de féminas violadas durante la guerra civil en su país. Nadia Murad es una yazidí que fue esclava sexual del Estado Islámico (EI). El premio se conoce a un año del movimiento #MeToo (#YoTambién)

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6 de octubre de 2018, 4:00 AM
6 de octubre de 2018, 4:00 AM

El Premio Nobel de la Paz fue atribuido ayer al médico congoleño Denis Mukwege y a la yazidí ex esclava sexual del grupo Estado Islámico (EI) Nadia Murad, dos héroes de la lucha contra la violencia sexual utilizada como “arma de guerra” en conflictos armados.

Denis Mukwege, ginecólogo de 63 años, y Nadia Murad, víctima de 25 y convertida en portavoz de la causa de las mujeres y de su pueblo, encarnan un movimiento planetario que supera el marco de los conflictos, como evidencia la ola mundial #MeToo, desatada hace exactamente un año por unas revelaciones de prensa.

Ambos fueron recompensados “por sus esfuerzos para poner fin al uso de la violencia sexual como arma de guerra”, indicó la presidenta del Comité Nobel, Berit Reiss-Andersen.

Ambos dedicaron su premio a los cientos de miles de mujeres víctimas de la violencia sexual.

Denis Mukwege y Nadia Murad se repartirán el Nobel, que consiste en un diploma, una medalla de oro y un cheque de nueve millones de coronas suecas (unos 865.000 euros, 990.000 dólares), que se les entregará en Oslo el 10 de diciembre.

Nobel, en plena operación

“Este Premio Nobel supone un reconocimiento del sufrimiento y de la falta de una reparación justa para las mujeres víctimas de violaciones y de violencia sexual en todos los países del mundo y en todos los continentes”, dijo Denis Mukwege en una breve declaración desde su hospital de Panzi, que fundó en 1999 en Bukavu, en el este de República Democrática del Congo (RDC).

El hombre que repara mujeres –título de un documental en su honor– estaba en plena operación cuando llegó la información sobre el Nobel. “Estaba en el quirófano [...] de repente entró gente y me informaron sobre la noticia”, dijo Mukwege al periódico noruego VG.

Su hospital ha tratado a unas 50.000 víctimas de violaciones, entre mujeres, niños e incluso bebés, a lo largo de dos decenios.

Para este médico congoleño, las violencias sexuales son “armas de destrucción masiva”.

Una historia difícil de contar

La iraquí Nadia Murad, de la minoría yazidí, ha vivido en carne propia estos horrores.

Como miles de niñas y mujeres de su comunidad, la joven fue esclava sexual del grupo yihadista Estado Islámico (EI) en 2014, antes de lograr huir.

“No me resultó fácil hablar de lo que me ocurrió porque no es fácil, especialmente para las mujeres en Oriente Medio, decir que fuimos esclavas sexuales”, destacó este viernes al reaccionar al premio.

El Nobel “significa mucho, no solo para mí sino para todas las mujeres de Irak y de todo el mundo” víctimas de violencia sexual, dijo por teléfono al sitio web del premio.

Embajadora de la ONU para la Dignidad de los Sobrevivientes de Trata de Personas desde 2016, Nadia Murad –cuya madre y seis hermanos fueron asesinados por el grupo EI– milita para que las persecuciones cometidas contra los yazidíes sean consideradas un genocidio.

“Yo no quería ser conocida como víctima del terrorismo del Estado Islámico”, dice Nadia Murad, la joven yazidí en On her shoulders, un documental que traza el camino de la activista contra la esclavitud sexual.

“Me gustaría no haber contado a la gente lo que me pasó (...) Me gustaría que me conocieran como una costurera de primer orden o una atleta excelente o una estudiante excelente, como una maquilladora, una agricultora”, explica la joven, evocando sus sueños truncados en el filme de la estadounidense Alexandria Bombach.

Contra las violaciones

Para el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ambos preservan “los valores comunes” de Naciones Unidas.

La violación causa cientos de miles de víctimas en los conflictos o en las campañas de opresión de las minorías en todos los continentes, pero la toma de conciencia internacional está progresando.

La resolución 1820 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada en 2008, estipula que la violencia sexual “puede constituir un crimen de guerra, un crimen contra la humanidad o un elemento constitutivo de crimen de genocidio”.

“#MeToo y los crímenes de guerra no son lo mismo”, puntualizó Reiss-Andersen. “Pero tienen en cambio un punto en común: es importante ver el sufrimiento de las mujeres, ver los abusos y permitir que las mujeres renuncien a la vergüenza y se atrevan a hablar”.

La onda expansiva ha alcanzado hasta la institución del Nobel, pues un escándalo de violación condujo a la Academia Sueca a postergar un año el Nobel de Literatura 2018.

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