El estilista de modas habla de lo que significa ser portador de VIH en una sociedad en la que él cree que está llena de estigma y discriminación

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2 de diciembre de 2018, 23:51 PM
2 de diciembre de 2018, 23:51 PM

Una odiosa congestión buscaba acabar con su paciencia. Pasó el tiempo y la fatiga no se iba. Incómodo acudió al centro médico. No era una alergia. Era algo mucho peor. Dos fueron las veces en las que le extrajeron sangre y le dijeron que no tenía el Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH). Pero la ‘suerte’ lo abandonó. Quizá no pensó que las relaciones sexuales sin protección podían convertirse en una ruleta rusa en la que ponían en juego su vida.

Ese día la enfermera temblaba y su nerviosismo afloraba de su piel. Lo miró. Tragó saliva y le anunció: “Positivo”. El estilista de modas Jorge Carlos García Jaldín o más conocido como ‘Chuck’ quiso digerirlo inmediatamente. Una vocecita en su mente le anunció: “No se acaba el mundo”. Sí, se dijo, no se terminó. Pero hubo un antes y un después.

Él y el VIH Se fue a su casa.

Y siguió siendo él. Al menos trató de serlo. Se informó más del virus. Ahora sabe que este será asintomático mientras no se convierta en Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). Ahí perderá peso, tendrá fiebre, sudoración nocturna e infecciones recurrentes, que podrían terminar con su vida.

Está bien. Asiste a sus controles cada seis meses y no le teme a la muerte. Tiene una leve sospecha de quién pudo haberlo contagiado, pero no irá a estrellarse contra él. ¿Para qué? Es lo que se pregunta. Si nada cambiará las cosas. Tener VIH -insiste- no es de otro mundo, no es anormal, es una enfermedad que toca afrontar.

Ayer se conmemoró el Día Mundial de la Lucha contra el SIDA y llama a la reflexión. Dice que hay que ser responsable con este tema y que la sociedad debe informarse. Según él, los heterosexuales son portadores del virus, más que los gais.

No faltaba el que creía que este mal era un castigo divino. Y a los enfermos se los trataba peor que a los leprosos. También se afirmaba que los portadores solo eran los homosexuales. Pero ya no estamos en el siglo XX. Nada es lo mismo. Se ha comprobado que el VIH puede afectar a todas las personas sin importar sus preferencias sexuales, etnia y condición económica o social. La ciencia ha avanzado. Hay medicamentos antirretrovirales que permiten tener una vida casi normal. Esos se pueden hallar en el Centro Departamental de Vigilancia y Referencia de Santa Cruz (Cedvir) de manera gratuita.

Si bien ese pensamiento ‘prehistórico’ ha cambiado, sigue latente en algunas cabezas. Muchos aún creen que por el simple hecho de estrecharse la mano, abrazarse o respirar el mismo aire con la persona afectada, puede haber contagio. Jorge es ácido con aquellos individuos que opinan “huevadas”. Y saca las uñas.

Hoy se puede tener una vida tranquila, pero con precauciones. Jorge tuvo que ponerle una cadena con candado al descontrol. Eso de salir a bolichear, desvelarse, beber alcohol, tener sexo sin protección y consumir comida chatarra, ya no va con él.

Siempre le atraía practicar ejercicios, pero no se animaba. Después de ese episodio terrorífico se lanzó al gimnasio. El virus fue la excusa perfecta para iniciar el cambio, porque antes era desordenado y sedentario. Ahora le echa duro a los abdominales y a las pesas, también cuida de su alimentación y controla sus horas de sueño. “Si una persona no se cuida y lleva la vida loca, el virus va a evolucionar”, cuenta. Por eso es que la mutación del VIH depende estrictamente del portador. Optó por amarse.

Toma una cápsula todos los días. Y la dosis es fuerte. Muchas veces le provoca náuseas y mareos, pero aprendió a vivir así. Sabe que si su estómago está vacío, habrá malestares. Tiene VIH, no SIDA. Eso lo aclara, porque no es lo mismo.

Él y un lugar errado

Siempre creyó que la cigüeña se equivocó. Jamás debió nacer en el país de las ‘contradicciones’. Canadá o Australia hubieran sido buenas opciones, pero no pudo elegir. Llegará el día en que dejará Bolivia y buscará su lugar en la Tierra. Por el momento debe subsistir en Santa Cruz de la Sierra y tratar de ser simplemente él, sin que nadie le diga cómo vestir, cómo hablar, cómo comer o con quién tener sexo.

No es rebeldía. Es ser Jorge. Desde niño creyó que era un alma libre. No se lo contaron. Solo ‘arribó’ a este mundo con eso en la cabeza. Si bien creció con sus papás, siempre fue autodidacta. Reina Jaldín y Juan Carlos García trabajaban todo el día, así que se las tenía que buscar. Quedarse sentado jamás fue su plan.

La curiosidad le susurró al oído. Ella lo llevó a ser un explorador de la vida. “Soy tan curioso que trato de darle una oportunidad a todo”, señala. Desde pequeño agarraba un libro y no lo soltaba. Iba a la biblioteca del colegio y se prestaba los cuentos clásicos en casete. Bebía de la Física, la Química, las Matemáticas, la Geografía, la Historia... Pero si bien iba formando su conciencia crítica sobre las cosas, nunca dejó de ser niño. Tiene 30 y sigue leyendo La caperucita roja y Los tres cerditos, y consume lo que produce Disney y Pixar.

Eso no lo hace inmaduro. Solo sigue siendo Jorge. Una cosa es cuando se envuelve con su osito Ted en la cama para llorar junto a Simba o Dumbo y otra cuando debe cerrar un contrato con alguna marca de ropa.

Él y la moda

Su abuela Aida Vargas le pasó ese gustito por los trapos. Ella tejía, costuraba, bordaba y nunca se quedaba quieta. Iba a todos los buris del barrio. Se maquillaba hasta para ir a la ventita. Jorge nació para la moda o quizás la moda nació para Jorge.

No viste a la moda. Viste para él. Para divertirse. No tiene una revista favorita de tendencias, pero sí lee Vogue y Elle. No usa ropa de marca, porque prefiere comprar una prenda de algún diseñador boliviano, ya que trabaja en el ‘mundillo’ del buen vestir en Bolivia. Su creativa favorita es Claudia Mercado. “Eso de buscar cositas a la (feria de ropa usada de la) Cumavi no va conmigo”, apunta. Tampoco es que se ponga el último grito de París. Muchas veces una básica o su ropa de gimnasio bastan.

No tiene un presupuesto designado para comprar en las tiendas. Un mes puede no comprarse nada, pero al siguiente puede deber hasta su alma. Tiene muchas prendas en su clóset, pero siempre va a querer más. Delira por los ‘outfits’ de las firmas francesas Goyard y Hermès. “Me gustan las marcas de lujo, que realmente son de lujo”, eso lo deja claro.

Con el tiempo se ha convertido en palabra oficial para opinar sobre tendencias. Es porque sí sabe del rubro y trabaja sumergido en este ámbito desde hace mucho tiempo. Tiene buena memoria para algunas cosas y para otras no. Esa capacidad le ha valido el denominativo de ‘enciclopedia de la moda’.

No le agrada mucho que le digan productor, porque cree que no es lo adecuado. Un productor se dedica a la realización total de un evento y el estilista fija su ojo en la selección de la indumentaria. Esa -para él- es la diferencia.

Le encanta estar entre trapos. Puede hacerlo todo el día si es que le diera la gana. Pero se aburre rápido. Vive de su gran pasión y revela que en Santa Cruz no se paga como debería pagarse. La gente -según él- se conforma en conseguir todo sin invertir un centavo y cuando ya tiene plata en la billetera, la tacañea. Eso de que no se remunere bien su trabajo, es otro de los motivos para querer irse del país.

No se declara fan de ningún famoso mundial y tampoco cree que haya un gurú de la moda. Es seguidor de “las mujeres que se atreven a divertirse con la ropa” y de Anna Dello Russo, una periodista de moda italiana que es consultora creativa y editora general de Vogue Japón.

Él, el cine y la TV

Así como estilista trabaja codo a codo con Pablo Manzoni. Es pieza clave del Bolivia Moda. Él escoge la ropa, él ve las separatas, él escribe los textos... desde hace 10 años. Y cuando no está dándole rienda suelta a las combinaciones, enciende la tele y mira una peli, un documental, un animé o un animado. Mira Netflix, HBO y canales piratas. Su serie favorita es Westworld y disfruta del drama de Narcos y Dinastía. Y ni bien está mirando un capítulo ya lo anuncia en las redes sociales. Tiene Facebook e Instagram. Optó por borrar Snapchat.

El cine es otra de sus aficiones. Consume de todo, desde drama hasta comedia. Si tuviera que decir quién es su director más querido, se inclinaría por Tim Burton. No tiene a un actor elegido, pero la actriz a la que adora es Emma Stone. Es de esos que busca la película más polémica o aquella que le impactó al público. “Una que otra me vuelve más a mi infancia”, apunta. Las últimas que más recuerda son La cabaña del terror y Un lugar en silencio.

Le pone reparos a todo lo que ingresa a su mente. Oficialmente no es crítico de cine o de televisión, porque no estudió eso y tampoco moda. Ingresó a la universidad estatal y se formó como ingeniero financiero con una especialidad en Negocios, pero solo fue para cumplir con la vida.

Pronto realizará algún cursito de ‘algo’, para mostrar el título y conseguir empleo. Así la gente podrá creer en sus talentos. Los que saben de lo que es capaz, se acercan a él y le hacen consultas sobre moda, cine, libros, series y viajes, porque confían en su criterio y en él.

Él y el sexo

No tuvo relaciones sexuales a temprana edad. Tenía 13 y podía ver a sus amiguitos besarse, abrazarse o agarrarse de la mano, pero su cuerpo no le pedía hacer lo mismo. Fue a los 17 cuando despertó su instinto. Hasta ese momento no podía decir si le atraían las mujeres o los hombres, porque no le atraía nada.

Tuvo sexo con otro chico y lo disfrutó. “...que no me vengan a decir que te hacés gay después de una violación, porque si te gustó y lo seguís haciendo es porque siempre fuiste gay”, es lo que cree. Y no lo ocultó a la gente. “Así como hay heterosexuales, también hay homosexuales. Es una etiqueta que se debe usar en esta sociedad para que la gente lo entienda”, señala.

Una vez posteó un beso entre él y su cortejo en Facebook y la madre se lo reprochó. Él se armó de valor y defendió sus gustos. Ella, ahora, le brinda su apoyo. Y ante todo pronóstico, hasta consiente a sus parejas. No vive ni con su madre ni con su padre desde hace 10 primaveras y reconoce que no es apegado a la familia.

Usa Grindr (red social para conseguir pareja) y no tiene porqué negarlo. Una vez se enamoró y su idilio duró cinco años. Hoy está soltero y es tajante: no se relacionará con ningún boliviano o con ningún extranjero radicado de mentalidad boliviana.

Él y solo él

No sufrió bullying. Sus amigos del colegio siempre supieron que era gay. Mide 1,63 y es orgulloso con su tamaño. Le dicen ‘Chuck’ y no le incomoda. Le gusta. Ese apodo proviene de Gossip Girl.

“Es un personaje al que le gusta la moda y al menos aparenta ser frío, manipulador y fashionista, cuando en el fondo es tierno. Tengo hasta la bufanda original de la marca que él usaba. Me costó un montón”, afirma.

Eso de su personalidad es un apartado especial. La gente puede creer que es egocentrista, odioso, alzado, frío y malo, pero no es nada de aquello.

Es ateo, pero respeta a la gente que cree en Dios. No piensa en la muerte. Optó por vivir así, siendo Jorge García. No cambiará. Y a nadie le debe importar.