En la tercera edad. Es una etapa vulnerable, en la que un adulto mayor, más dependiente que nunca físicamente, puede ser objeto de abandono, depresión e incluso de situaciones de abuso. Un escenario familiar positivo tiene el poder de hacerlo blanco del más desinteresado amor familiar

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21 de octubre de 2018, 4:00 AM
21 de octubre de 2018, 4:00 AM

Los años no pasan en vano, cuando uno acuerda, hasta los amortiguadores están mal”, dice con sentido del humor Lyders Justiniano (78).

Él puede llamarse privilegiado. Construyó una empresa familiar, hotel Viru Viru, que ocupa el mismo edificio donde queda su casa, así que desplazarse no es un problema, ni dejar de ser productivo por la disminución de las fuerzas físicas. Es más, le han habilitado, para él y su esposa, Esther, un ascensor que atenúa los riesgos de accidente.

Cuando falla algún empleado, se encarga personalmente de asumir el rol. Pero no todo es color de rosa, en los últimos tiempos ha visto apagarse la luz de una veintena de amigos de Carnaval, integrantes de su fraternidad Cambas Vagos, con quienes en ese entorno hizo germinar amistades de una profundidad que no cualquiera entiende. En sus primeras fiestas grandes, eran medio centenar, y en la última, apenas una docena de hermanos de la vida. “Uno extraña, sobre todo en la época festiva, cuando tiene conciencia de que somos menos”, dice.

No todos tienen la suerte de Lyders. ‘Pastor’, exbenemérito, ocupaba un cuarto con puerta a la calle, en lo que alguna vez fue su céntrica casa. Fue vulnerable a todo tipo de robos, hasta de su ropa, y de milagro no incendiaba la casa con una cocina que parecía adquirida en su época de combatiente, mientras que sus herederos radicaban en otro país.

La sicóloga Katherine Suárez, que apoya con charlas en hogares del adulto mayor, dice que al hablar con ellos, descubre tristeza y abandono, pero sobre todo necesidad de que uno se interese por sus asuntos. “Muchos son de escasos recursos y viven en pésimas condiciones, a veces quieren negarlo, pero terminan reconociendo que algunos familiares se molestan cuando se orinan, y que además no los visitan”, cuenta.

Según la terapeuta, esta sociedad valora poco a sus ancianos, “algunos los toman como una carga social, de ahí la soledad, que es estresante y les provoca angustia”, opina.

Vivir bien

Bertha habitaba la ‘casa del pueblo’. Toda la parentela desfilaba por su hogar, pero luego tuvo que mudarse a un mejor barrio, a una vivienda con muros más altos, hasta donde llegaban menos micros. Se aisló y se consumió.

De ‘Mati’ podría decirse que tenía la vejez que muchos quisieran, con plata guardada, una persona de su máxima confianza, pero con los hijos repartidos por el mundo. Según quien la cuidaba, “decidió morir, cansada de esperar el regreso de su descendencia”.

Cuando Mónica, nieta de Hilda, leyó una carta en la que a modo de catarsis su abuela resumía los sentimientos de su vejez, quedó con la boca abierta. “Jamás imaginé que se sintiera tan sola, menos cuando muchos de sus descendientes seguían cubriéndose bajo su techo. Es que cada cual estaba metido en lo suyo”, reconoce.

Son distintas caras de una misma etapa, y la forma de asumirla tiene que ver con varios factores, desde las peculiaridades del temperamento hasta la circunstancia familiar.

Tiempo de ocio

En la edad productiva, muchos adultos aspiran a tener tiempo para sus intereses no laborales, pero suele pasar que, una vez lo tienen en la tercera edad, no saben qué hacer con él, o si lo saben, no tienen condiciones físicas para administrarlo. En este punto, es clave la solidaridad familiar. “Es importante promover los clubes o lugares de encuentro, los viajes, que no solo palian la soledad, sino que dan color a la vida. No se trata de tomar a los adultos mayores como las personas que ya están acabadas, y a las que solamente se presta atención para que su vida sea menos difícil y dura; hay que tomarlas más bien como gente que sigue estando en proceso de construcción, a pesar de las limitaciones, que nunca son invalidantes. La vida es una construcción interminable que solo se detiene con la muerte. Además, los ancianos tienen muchas experiencias enriquecedoras para compartir”, sostiene Centa Rek, sicóloga clínica.

Rodrigo Zuazo (81), jubilado fabril, cree que es la época perfecta para hacer el bien, más que en otros tiempos, porque se dispone de más tiempo.

Katherine Suárez exhorta a las familias con ancianos en casa a que busquen mecanismos y espacios que los mantengan ocupados, “deben encontrar un nuevo sentido a todo; por ejemplo en Santa Cruz tenemos el Centro del Adulto Mayor que brinda terapias y capacitaciones a quienes lo desean. Las necesidades emocionales de los ancianos son importantes, deben sentirse estimados, por eso es bueno salir a caminar con ellos, incluirlos en tareas del hogar, buscarles cursos, organizarles viajes y acompañarlos”, aconseja.

Zuazo coincide con ella: “Lo que más me gusta que mis hijos hagan por mí es que vayamos a caminar juntos, que estén atentos, y sobre todo que traigan a mis nietos, prolongación de mi vida”, pide. Según él, al mirarse el espejo nota el paso de los años, pero mentalmente trata de contrarrestar la sensación. “Es la eterna lucha, claro que a veces me siento solo, pero trato de salir de eso para no caer en depresión y desesperación. Hay razones y seguir adelante hasta que Dios llame, buscar terapias ocupacionales para estar activo hasta el último momento”, dice.

Tener compañía es vital. Para su fortuna, Lyders lleva 55 años acompañado por Esther, otra carnavalera de pura cepa, que hace un par de años ostentó el reinado de antaño. “Es más llevadera la tercera edad con pareja, es cuando uno más necesita a la mujer y los hijos, debe ser grave quedarse solo, la soledad es grave, ella es lo mejor que me puede suceder”, celebra.

 

Los tipos de soledad

¿Qué tipo de soledad es la que atraviesa un anciano? Si la respuesta es: no deseada, ya lo pone en mayor grado de vulnerabilidad.

De acuerdo al portal web Sensovida, hay cuatro tipos de soledad. Familiar, por la falta de apoyo del entorno; conyugal, por ausencia de una pareja; social, cuando hay carencia en las interacciones con el resto de las personas; y existencial, que proviene de un conflicto en la autopercepción , que aumenta ante la pérdida de un ser querido, y que disminuye más las ganas de seguir viviendo.

Este factor, sumado a una baja productividad, nula conciliación entre lo familiar y laboral, o, por último, poca relevancia a las necesidades emocionales del anciano, pueden liquidarlo.

El mismo sitio web enumera una lista de situaciones directamente relacionadas con el aislamiento, que detona la mortalidad. “La soledad autopercibida contribuye al deterioro cognitivo y al riesgo de demencia; hace vulnerables a los ancianos al abuso; los mayores LGTB son mucho más proclives al aislamiento social por la tendencia al solterío y la ausencia de hijos, o al alejamiento de los demás parientes por discriminación; el aislamiento está conectado a enfermedades crónicas pulmonares, artritis, movilidad reducida, etc.; es factor de riesgo para la depresión; causa hipertensión; aumenta el pesimismo sobre el futuro; el distanciamiento físico y geográfico acentúa el aislamiento social; los cuidadores de ancianos también son sometidos a una especie de ‘destierro’ social; el transporte público deficiente recrudece la realidad de los ancianos; los comportamientos emocionales poco salubres son fruto del aislamiento social; el voluntariado y la actividad física mejoran las condiciones de los adultos mayores al reconfortarlos y hacerlos sentir productivos; la tecnología mitiga los efectos de la soledad, pero no hace todo el trabajo”.

En opinión de Centa Rek, un anciano jamás es un estorbo, sino un potencial. “La familia debería ser capaz de ver la riqueza de un adulto mayor, pero depende de su disposición mental”, finaliza.

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