Hábito o genética. Para muchos padres es una aspiración que sus hijos sean ávidos lectores; sin embargo, si bien es cierto que hay niños con una inclinación natural a esta práctica, que debe ser cultivada, existen menores con gustos alejados de los libros, que no por eso son menos respetables

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9 de junio de 2019, 4:00 AM
9 de junio de 2019, 4:00 AM

Enamorarse de los libros sin morir en el intento. Probablemente sea una de las recurrentes inquietudes en los hogares, con una especie de idealización del hábito. Y es que sí, la lectura no trae otra cosa que beneficios, pero mientras más se presione a un niño o a un adulto, más riesgo corre de sentir los libros como ‘tarea’ o tortura. Todo menos como el placer de alzar vuelo hacia nuevos mundos.

Entre los frutos que deja esta práctica figuran: la adquisición de nuevo vocabulario; la mejora de la expresión, de la concentración y de la comprensión lectora; el desarrollo de la imaginación, de la creatividad y de la personalidad; sienta las bases para toda la vida; conecta íntimamente a padres e hijos cuando leen juntos; y ayuda a afrontar con inteligencia y mejor perspectiva las situaciones difíciles.

El error de forzar

Para la sicóloga Ana Carola Rojo, es curioso que a pesar del boom de la tecnología y de los juguetes que “hacen todo” sigan llamando la atención las buenas librerías y a los pequeños les siga emocionando la lectura de cuentos. Desde su experiencia clínica, Rojo observa con mucho gusto que las familias valoran el placer y el beneficio de leer, aunque no siempre encuentren el tiempo para hacerlo.

Remarca que la lectura es un hábito que se promueve, no se impone. “Empieza con el ejemplo, cuando el niño ve a sus padres acompañarse de un libro. Luego es importante ofrecerle lecturas fáciles, revistas, cómics; leerle antes de dormir, a todos los niños les gusta el arrullo de la voz de papá o mamá. Y así vamos descubriendo la pasión”, dice.

Rojo reconoce que, por más motivaciones que se dé a un pequeño, todos los seres humanos tienen distintas inclinaciones y gustos. “Siempre hablo del gen lector. Crecí en una casa de campo con una biblioteca lindísima, éramos siete hermanos, algunos éramos lectores y seguimos siéndolo, y otros no, supongo que se debe a habilidades e inteligencias múltiples.

Los padres no se tienen que desesperar cuando un hijo no es devorador de libros, tiene que ver con particularidades y eso también es respetable. Sin embargo, ojalá todo mundo supiera que quien escribe un libro está regalando su sabiduría resumida”, sostiene.

En sus terapias, a menudo recomienda la lectura de determinados textos. “Muestran nuevos puntos de vista, es como un nuevo mapa mental. Ojalá fuera posible explicarlo de ese modo a un hijo rebelde, pero obligar no se puede, de hecho eso es un trabajo desgastante e inútil. Cada ser humano encuentra sus puntos de compensación, ya sea en un deporte, la meditación activa, el arte, etc., pero no hay duda de que la lectura seguirá siendo un compendio de información y sabiduría que generosamente otros seres humanos decidieron registrar para compartir”, dice.

Libros que curan

Cuando los textos están presentes, pueden ser baldosas para pisar en momentos pedregosos del camino de la vida. Ejemplos hay varios, Ana Carola Rojo dice que superó el oscurantismo adolescente con libros en mano; lo mismo pasó a Morely Sánchez, ganadora del premio Literatura Juvenil de La Hoguera este año, que al recibir el galardón agradeció a los libros que la acompañaron en sus crisis existenciales. “Las edades difíciles pueden promover la lectura, incluso en los casos de bullying; encontrar un libro es como mirarse en el espejo, es un alivio, aleja de la angustia, muestra que otras personas ya superaron las mismas cosas”, opina Rojo.

La ganadora del premio Literatura Infantil 2019 de La Hoguera, Tania Monje, sabe cómo atraer al público más pequeño hacia las letras, le ayuda su experiencia como sicóloga de niños. “Ellos hoy están muy expuestos a las pantallas y estas generan un menor desarrollo del lenguaje y de la capacidad de conectarse con el entorno. Entonces la lectura viene a ser un excelente recurso y estrategia para que el pequeño se conecte con otras ideas y otros mundos, y desarrolle su inteligencia”, arguye. Para lograrlo, dice que los padres deben tener un papel activo. “Básicamente, los niños desarrollan el hábito si los padres lo tienen, es el estímulo principal a través del ejemplo; otro incentivo es comprar libros al niño que tengan que ver con su edad. Es importante dejarlo que elija el ejemplar, que se deje seducir por la tapa y el título”, sugiere.

No tiene precio que un padre o una madre todos los días siente a su hijo en la falda, que junto a él o ella abra el libro y lea una historia relacionada con la edad del menor, que de los dos lados se hagan preguntas sobre el texto, que infieran finales diferentes.

“Todo eso aporta a las necesidades afectivas que tiene el ser humano, que son la seguridad, la diversión y la conexión”, explica Monje, que antes de publicar su libro ganador lo mostró a varios niños, ellos fueron su mejor retroalimentación, le dijeron qué palabras se entendían y cuáles no, de acuerdo con las exigencias del público infantil.

El roce con las letras

Doris Suárez se siente orgullosa de su hija Luciana, de 10 años, una ‘voraz’ lectora que consume entre cinco y seis obras al mes, aparte de las que le recomiendan en su lista de tareas. “El gusto le empezó en el colegio, ya que de alguna manera siempre la incentivan a leer algunas novelas. Noté que para ella no era suficiente, así que comencé a llevarla a la Feria del Libro y a buscar novelas de sus escritores favoritos, que por lo general eran de la serie Santillana”, comparte Doris sobre la exitosa receta desde su propia experiencia.

Con los años, el gusto de Luciana se fue modificando, antes solo leía novelas, “ahora está atraída por la poesía y por algunas temáticas que tienen que ver con el dibujo, los cómics y los youtubers. Su gusto por la lectura ha hecho ahora que también intercambie libros con sus compañeros”, cuenta.

Al estar de moda el libro Diario de Greg, que aborda las aventuras de un niño, todo lo que le ocurre y cómo mira el mundo de los grandes desde su perspectiva, en una serie de varios tomos, Luciana y sus compañeros de colegio intercambian los distintos ejemplares para devorar toda la colección. “Son actividades extracurriculares. Siempre procuro leer los libros antes de que lleguen a manos de ella para que pueda acceder a información que le sirva y que sea adecuada a su edad”, dice Doris, que brota pecho por la pasión de su hija: cuando a Luciana le gusta una obra, puede leerla hasta seis veces.

“Aun en los tiempos de la tablet, con los nativos cibernéticos, el libro es y seguirá siendo un símbolo de acercamiento cálido y afectivo entre los padres y los niños. La palabra tiene mucho poder, y la escrita tiene más poder todavía porque permanece anclada, perenne por generaciones”, celebra Ana Carola Rojo.